Cada día me lamento —dice, con una voz que apenas parece un susurro—. Me lamento por haber creído lo que oí sobre ti. Y también por hacerte daño cuando pensaba que te estaba ayudando. No puedo disculparme por ser quien soy —dice—. Esa parte de mí ya está acabada, arruinada. Perdí la fe en mí mismo hace ya mucho tiempo. Pero siento no haberte comprendido mejor. Todo lo que hice, lo hice porque quería ayudarte a ser más fuerte. Quería que usaras tu ira como herramienta, como un arma que te ayudara a aprovechar la fuerza que hay en tu interior; quería que fueras capaz de luchar contra el mundo. Te provoqué a propósito —dice—. Te presioné demasiado, demasiado fuerte, hice cosas para horrorizarte e indignarte y lo hice todo a propósito. Porque así es como me enseñaron a hacerme más fuerte ante el horror de este mundo. Así es como me enseñaron a defenderme. Y quería enseñarte. Sabía que potencialmente podías ser más, mucho más. Veía la grandeza en ti.