Otra manera de visualizar los objetivos de la educación literaria es pensar en aquello que los estudiantes debiesen haber conseguido (y aprendido) al finalizar su escolarización. La confrontación de algunas de las propuestas más relevantes al respecto (Langer, 1995; Colomer, 2012; Fittipaldi, 2013) permite dibujar un mapa que podríamos sintetizar en los siguientes aspectos:
Haber desarrollado una autoimagen como lector y una implicación personal con el mundo literario, que favorezcan su participación en los circuitos sociales de la comunicación literaria, y le permitan relacionar la literatura con su experiencia personal y utilizarla como un medio de comprensión de sí, de los otros y del mundo.
Ser capaz de leer obras diversas, de hacer conexiones intertextuales entre ellas, y de establecer vínculos entre las obras y otros productos culturales, ampliando así sus posibilidades de fruición y de participación cultural.
Ser capaz de elaborar preguntas relevantes en el proceso de lectura, de compartir sus impresiones personales sobre los textos, de profundizar y enriquecer esas impresiones formulando interpretaciones de mayor complejidad, apoyándose en el dominio de un metalenguaje y de ciertos saberes propios del