Toda casa debería ser, en el fondo, la estructura que permite a una vida vivir a través de la otra: no una envoltura de cristal, acero y cemento que nos separa del resto del mundo, ni el escaparate de geometría variable que nos permite hacer visible, sobre todo ante nosotros mismos, nuestro yo, sino el ejercicio, psíquico y material a la vez, de iniciación recíproca entre las vidas. Una estructura mundana y profana de misterio.