Ternura y derrota

Estoy convencida de que la primera palabra de seguridad de la historia de nuestra civilización tuvo que ser así de simple: no.

Porque no es la palabra más mancillada.

No: esa que nadie se toma en serio cuando es dicha.

No: vaciada de todo significado, de todo efecto.

No: la ternura.

No20.

«yo me veo ante nuestro amor como ante un monstruo invisible»

lo que yo sí sé que tú para nada sabes es que las palabras de seguridad no deberían ser tiernas. El cariño lo enrarece todo. La dulzura estorba. La candidez seduce. Fíjate6: por lo visto rojo es la palabra más común entre quienes disfrutan azotándose en la cama. Rojo como la sangre salada. Más rojo todavía: una costra nueva. Más: la luz cegadora de una siren

Por eso te hablaré de ellas.
Te hablaré de las palabras que inventamos para detener el golpe

Lo de entregarse entera al placer del otro

El perdón puede ser un acto generoso. El permiso, una absoluta necesidad. Mi vergüenza desnudándose contra el folio

tea. Mis ansias rugiendo contra el folio.

Y eso que por aquel entonces yo no sabía lo que era la excitación. No sé cómo pude huir de allí tan deprisa, justo antes de que la espuma, ahora en retroceso, volviera a dejarme en situación de ser engullida. Sal en las rodillas. Piernas flaquísimas en dirección contraria al flujo de piedra y agua. Corriendo contra el aire, las heridas picaban como si desde el cielo un ángel disparase balines de saliva.

Lo que a mí me sorprende es que a todos os preocupe más la incursión de una cita en un poema que su evidente y cansina obsesión con el dolor y la humillación.

Juan Eduardo Cirlot dijo en El libro de Cartago: «He mirado largamente el resplandor de tu ausencia, que me ha parecido más dulce, más poderosa que todas las presencias»