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J.R. Hale

La Europa del Renacimiento

  • popiskimlopezhar citeretfor 8 måneder siden
    referencia obligada para todos aquellos estudiosos del Renacimiento
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    J. R. Hale (1923-1999), fellow y tutor de Historia Moderna en el Jesus College de Oxford, profesor de Historia en la Universidad de Warwick y en el University College de Londres
  • popiskimlopezhar citeretfor 8 måneder siden
    J. R. Hale, prestigioso historiador y referencia obligada para todo estudioso del Renacimiento
  • Benjamin Melgarejo Reichelthar citeretfor 3 år siden
    En general, aparte del compañerismo habitual en los negocios y en la administración y del fuerte sentimiento de solidaridad masculina frente a las mujeres, esta fue una época de sinceras e intensas relaciones entre las personas. A ello contribuyó en cierto modo el ideal caballeresco de los paladines errantes vinculados a una dama, así como la participación en las confidencias y la vigilancia recíproca, estimuladas por la piedad lega de la Devotio moderna en interés de un perfeccionamiento espiritual.
  • Benjamin Melgarejo Reichelthar citeretfor 3 år siden
    Los utópicos eran celosos guardianes de la moral sexual.
  • Benjamin Melgarejo Reichelthar citeretfor 3 år siden
    Entre las capas más pobres de la sociedad, las circunstancias económicas hacían cada vez más difícil una relación sexual natural entre un hombre y una mujer. «Poca propiedad y muchos hijos –como decía un proverbio flamenco– traen grandes desastres para muchos.» La Iglesia y, en otra medida, el servicio militar, ofrecían posibilidades de empleo fuera de la comunidad local, pero la familia se preservaba generalmente como una unidad autosuficiente (aunque solo lo fuera marginalmente), por una serie de limitaciones voluntarias. Una de ellas era la postergación del matrimonio en sí para los hombres pobres, frecuentemente hasta que habían llegado a una edad intermedia entre los 30 y los 35 años. La segunda era tener relaciones sexuales por medios que no condujeran a la concepción, medios por los que los clérigos recibían instrucciones de inquirir en el confesionario, y que ellos trataban de combatir. La tercera era el aborto, también condenada y, desde luego, penada con la muerte, pero que se practicaba con frecuencia. La última medida era correr el riesgo y en este sentido, al menos en las ciudades, los orfelinatos aceptaban a los niños abandonados, los proveían de nodrizas y se los entregaban a padres adoptivos; un sistema apoyado en la ausencia del prejuicio social, ya que no legal, contra el bastardo.
  • Benjamin Melgarejo Reichelthar citeretfor 3 år siden
    Los dormitorios no constituían lugares privados (aunque la arquitectura doméstica comenzaba a reflejar el deseo de que así fuera), lenguaje y gesto eran obscenos y a la mujer se le reconocían abiertamente sus deseos sexuales
  • Benjamin Melgarejo Reichelthar citeretfor 3 år siden
    El miedo a la sexualidad de la mujer parece haber sido general. «¿Dónde, ¡ay! –suspiraba el más relevante estudioso de la oratoria sagrada impresa a finales del siglo XV en Inglaterra, G. R. Owst–, dónde está nuestra feliz Inglaterra medieval?» La Iglesia, desde luego, utilizó una larga tradición en la que se identificaba a la mujer con luxuria y se la describía en términos de abominación patológica.
  • Benjamin Melgarejo Reichelthar citeretfor 3 år siden
    A pesar de que, legalmente, la autoridad en la familia y en la determinación de la herencia residía en el hombre, según la sátira esta autoridad estaba lejos de ser algo evidente. Un tema favorito del arte popular era la batalla por los pantalones, en la que un hombre y una mujer bregaban sobre quién tenía que llevarlos; la victoria (algunas veces adjudicada por un demonio feliz), por regla general, se le concedía a la pendenciera mujer.
  • Benjamin Melgarejo Reichelthar citeretfor 3 år siden
    Más común que la preocupación por las relaciones entre las generaciones lo era la preocupación por las relaciones entre los sexos. Es posible que, en conjunto, la posición de la mujer hubiera disminuido de importancia. Cuando los maridos se hallaban ausentes, en la guerra o con fines comerciales, la ley había aceptado que sus mujeres eran competentes para gobernar sus posesiones y administrar sus negocios.
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