Te quiero tanto que me duele —confesó. Y parecía realmente afligido.
Sonreí con ternura mientras le ponía la mano en la mejilla. Él volvió a cerrar los ojos antes de que la retirara.
—El amor no tiene que doler.
Él inspiró profundamente.
—Sin embargo, me duele. Me duele porque tengo miedo de amarte. Temo que me dejes, temo volver a estar solo. Será cien veces peor porque sabré lo que me falta. No puedo… —Tomó aire de forma entrecortada—. Quiero ser capaz de amarte más de lo que temo perderte, y no sé cómo. Enséñame, Bree. Por favor, enséñame. No dejes que esto me destruya. —Me miró suplicante, con el dolor grabado en cada rasgo.
«¡Oh, Dios, Archer!», pensé, con el corazón en un puño. ¿Cómo se puede enseñar a un hombre que lo ha perdido todo que no tema que le vuelva a ocurrir? ¿Cómo enseñar a alguien que confíe en algo que nadie puede garantizar? El hombre que amaba estaba mostrándome lo roto que estaba mientras trataba de expresar su amor por mí, su devoción. Deseaba que eso fuera algo feliz para él, pero entendía por qué le dolía.
—Amar a otra persona implica que puede hacerte daño. Se puede evitar la posibilidad de sufrir, sí…, pero ¿acaso no merece la pena correr el riesgo? ¿No vale la pena darle una oportunidad? —pregunté.