Podríamos convertirnos fácilmente en sociedades dedicadas al ocio y al placer, implantando una jornada laboral de veinte horas semanales, o incluso de quince. Sin embargo, en lugar de eso, nos encontramos condenados como sociedad a pasar la mayor parte de nuestro tiempo en el trabajo efectuando tareas que no creemos que aporten absolutamente nada al mundo.