Conforme fui creciendo el amor fue entristeciéndome; era una guerra que se llevaba a cuestas como se lleva un oscuro secreto. Mi primer amor, mi amigo, mi primer amante, y el único hasta entonces, se había vuelto un tipo salvaje que miraba por la ventana, superado por esas pastillas que lo engordaban y lo volvían un lelo. Fui a verlo una sola vez, luego nunca más. No soporté el olor a cloro y a orines combinado con el de su incipiente pelaje.
A veces, a mitad de la noche no podía dejar de recordarlo y para salirme de mis pensamientos iba a la habitación de mi madre a mirarla dormir, a sorprenderme de cómo me consolaba sentir lo que sentía si imaginaba que ella estaba muerta.