El regreso a casa es un reencantamiento paradójico de los lugares familiares. Así como partir significa el alivio de escapar a las rutinas personales, sociales y profesionales —una fuga de lo previsible—, volver siempre aporta consigo una nueva consideración de las antiguas certidumbres de la vida cotidiana. En este sentido, me gusta tanto la ida como la vuelta. Más aún teniendo en cuenta que el viaje las contamina a ambas en la misma medida y por la misma larga duración. La salida, de hecho, siempre va precedida del sueño, de la imaginación de lo que se encontrará allá lejos, mientras que el retorno sigue estando animado durante mucho tiempo por las imágenes y recuerdos del periplo. El viaje es el preludio de otros viajes, de otros sueños, ya sea un recorrido d