En 2019, el largometraje Joker, dirigido por Todd Phillips, reelaboró por enésima vez —al margen de cualquiera de los cánones conocidos del Universo DC— el origen de este famosísimo payaso supervillano, némesis del hombre murciélago. La idea central no es originalísima, pero sí de flamante actualidad. Combina con ingenio la estructura de ficción del vengador ochentero comentada hace unos párrafos con la realidad de la comunidad incel del siglo XXI. La subcultura de los autonominados célibes involuntarios agrupa a jóvenes varones heterosexuales frustrados por no haber podido mantener nunca relaciones sexuales con mujeres. Achacan la culpa de esta circunstancia personal a varios factores, pero principalmente a las mujeres. En especial, a aquellas con las que han mantenido algún tipo de relación amistosa o sentimental, pero que, por lo que fuera, no les apeteció follar con ellos. De ese resentimiento surge un odio considerable por la humanidad que se exterioriza en distintos grados: desde la simple invectiva machista en streaming hasta el asesinato en masa con armas de fuego. Varios autores de conocidas matanzas se han autoclasificado en internet con anterioridad a sus crímenes bajo la etiqueta incel. En 2014, el veinteañero Elliot Rodger, que en distintas localizaciones de Isla Vista (California) acabó con la vida de cuatro hombres y tres mujeres, explicó en un vídeo que subió a YouTube las razones por las que creía que todo el mundo, excepto otros incels, merecía la muerte. Las mujeres, por rechazar sus proposiciones de fornicio, y los hombres sexualmente activos, por disfrutar de una existencia mejor que la suya. Se desconoce cómo, a la hora de elegir a qué varones apuñalar, fue capaz de distinguir entre los hombres con activa vida sexual y el resto.