Las investigaciones históricas espurias de este tipo están estrechamente relacionadas desde el punto de vista metodológico con el fenómeno políticamente motivado de la negación del Holocausto, en el que se dedica un considerable ingenio forense a intentar demostrar que los nazis no mataron a seis millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial, que en Auschwitz no había cámaras de gas, que Hitler no tenía un plan o un proyecto de exterminio de los judíos y que las pruebas que han reunido los historiadores para demostrar que estas cosas realmente ocurrieron han sido orquestadas al término de la guerra por una conspiración encabezada por judíos. Si bien escritores como Thomas, Williams y Dunstan son relativamente inocentes de estar motivados políticamente en su actuación, es evidente que no puede decirse lo mismo de los negacionistas del Holocausto, que en general están movidos por una ideología antisemita, racista, neonazi o islamista radical y utilizan sus investigaciones –engalanadas a menudo con toda la panoplia académica de notas al pie y llevadas a cabo en centros de nombre aparentemente serio como “Instituto de Revisión Histórica”– para intentar convencer a la gente de que hay una enorme y siniestra conspiración judía que controla los medios de comunicación, las facultades de historia, los gobiernos, las universidades y los partidos políticos, y que obliga a todos a ocultar la verdad y gobierna el mundo en su propio interés.