Margery Sharp

Cluny Brown

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    Pues he tenido una vida muy interesante —dijo en tono jovial—. Antes trabajaba como doncella…
    —¡Santo cielo! —exclamó la señorita Beebee con auténtica sorpresa.
    —Aunque no se me daba muy bien —añadió Cluny— porque no sabía cuál era mi lugar. Mi marido dice que eso no importa tanto en América
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    Tío Arn, antes de que me vaya y me case, quiero que sepas que estoy muy agradecida. Has hecho muchísimo por mí y nunca lo olvidaré. Te quiero mucho, tío Arn
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    Supongo que sabes lo que haces —le dijo con voz grave.
    —Sí —repuso Cluny espabilándose—. Voy a ser muy feliz. Voy a pasármelo de maravilla. Siento que no sea lo que tú querías, tío Arn, pero es lo que cuadra conmigo. Eso es lo que importa, ¿no crees?
    —En mis tiempos —protestó el señor Porritt—, no hacías lo que cuadraba contigo, hacías lo que te tocaba.
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    ESTIMADO SR. WILSON [había escrito Cluny] POR FAVOR NO SE MOLESTE EN ESPERAR EL TREN -STOP- SIENTO MUCHO HABER SIDO UNA DECEPCIÓN PARA USTED PERO MEJOR AHORA QUE MÁS ADELANTE -STOP- NUNCA LO OLVIDARÉ -STOP- SIGUE GIRO POSTAL MEJORES DESEOS DEL TÍO ARNOLD SR. BELINSKI Y CLUNY BROWN
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    Cluny alzó la vista y se cruzó con la mirada de Belinski, que tenía los ojos clavados en ella: era una mirada repleta de paz, una mirada que encontraría una y otra vez en las diversas circunstancias de su errática, turbulenta y azarosa existencia.
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    de regodearse en la exquisita sensación de haber encontrado al fin su lugar. Su lugar estaba junto a Adam Belinski. ¿Estaban enamorados? Cluny solo podría haber dicho que eso suponía. Su única idea consciente del amor era la de los preliminares que se muestran en las películas, pero Belinski y ella se los habían saltado: se habían encontrado en el centro del laberinto, no en el borde exterior, y se habían aceptado el uno al otro con sencillez y de forma decisiva como el elemento fundamental de su vida en común
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    Me dijo —se lamentó el señor Porritt— que su facturación crecía un diez por ciento todos los años. Eso es lo que me gusta. La constancia.
    —Es un hombre constante. Y maravilloso con su madre.
    —Me dijo: «Hay algunos inconvenientes en vivir de una tienda». Pero yo le contesté: «Si tiene una tienda, consérvela». No hay nada como el comercio.
    —Hicisteis muy buenas migas —dijo Cluny—. Venga, cómete su huevo.
    Pero el señor Porritt lo rechazó con un gesto.
    —Estuvimos charlando un buen rato. Creo que nunca he conocido a un tipo que me haya caído tan en gracia, no a la primera. Lo habíamos organizado todo…
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    Pero, a ver, ¿por qué no puedes tener un perro si es lo que quieres? —le preguntó—. Nunca he conseguido entenderlo.
    Cluny movió la cabeza de un lado a otro, muy seria.
    —Yo no entiendo por qué no podía hacer la mitad de las cosas que quería. Nunca parecía haber una auténtica razón, solo que los demás no querían hacerlo. Fíjate en el tío Arn
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    Cluny salió del tren en Paddington exultante de felicidad. No se sentía distinta; al contrario, se sentía más ella misma, como si por fin hubiera dejado de representar un complejo papel. No es que hubiese hecho teatro de manera consciente en su relación con el señor Wilson, pero le había dado algo de coba
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    No podía marcharse y dejar al tío Arn de esa manera. No iba a empezar su nueva vida huyendo de la primera dificultad que se le presentaba. Era mejor aceptar las cosas como venían, enfrentarse a ellas lo mejor que pudiera y (si podía) dejar al tío Arn con su sentido del deber intacto.
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