Entonces yo me acerqué a darle un beso a mamá y ella me dijo: “¿Sabés que Clarita se fue al cielo?” Yo supe que esa frase era una cosa oscura, horrible como un precipicio, a pesar de que ella me lo dijo tratando de hacer –supongo– una voz tranquila, más bien sonriente. Ahí supe que se había muerto, a pesar de que me lo dijo así. Después me pusieron un cinturón negro en signo de duelo. Entonces lloré. Pero lloré porque creía que había que llorar, porque había visto llorar a personas alrededor. ¡Me sentía tan sola! Acudí al último piso, donde se planchaba la ropa, y veía que todas las personas que estaban atareadas con los trabajos de lavar, de planchar, de limpiar, no lloraban, entonces me acurruqué ahí y no quería bajar, no quería ver a la gente que estaba toda vestida de negro y que lloraba y lloraba. Y sin embargo me hicieron bajar, me hicieron llamar. Yo creo que ahí empezó mi odio a la sociabilidad.»