Entonces, dije: A la verga con «la crítica a la generación de acumulación de capital» y el romantizar la precarización para quedar bien con gente que me habla de lucha social, pero se escama porque en los barrios se casan a los dieciséis. Empecé a cobrar mi trabajo dignamente. Y a no trabajar gratis, salvo excepciones muy puntuales.
El cambio fue radical en todos los aspectos de mi vida. Hubo muchos cambios positivos, por ejemplo, a nivel salud mental, no porque mi enfermedad mental fuera culpa del capitalismo, sino porque ahora tengo dinero para pagar los tratamientos que necesito y no los que me pueden dar en el IMSS. Sigo teniendo ansiedad, pero sí hay una diferencia abismal entre tener ansiedad en la precariedad y tener ansiedad en la estabilidad económica.