¡Ay! ¡Qué sensación recorre mis venas cuando, sin querer, mi dedo roza el suyo, cuando nuestros pies se encuentran debajo de la mesa! Retrocedo como si fuera fuego, una fuerza secreta me empuja de nuevo hacia delante… y pierdo el sentido. ¡Oh! Y su inocencia, su alma cándida no sabe cuánto me atormentan estas pequeñas confianzas. Cuando, en medio de una conversación, posa su mano sobre la mía e, interesada, se acerca tanto a mí que el celestial aliento de su boca es capaz de alcanzar mis labios… entonces creo perecer, como fulminado por un rayo.