sabía que la piedad era insaciable: una falsa virtud que nunca cesaba de reclamar más sufrimiento para demostrar lo ilimitada y espléndida que podía llegar a ser. Esta sensación de responsabilidad entraba en profunda contradicción con las doctrinas de Lorimer. El naturalista afirmaba que toda vida era la misma y, en último término, una sola. Provenimos de otros cuerpos, y estamos destinados a convertirnos en otros cuerpos. En un universo compuesto de universos, acostumbraba a repetir, no hay jerarquías. Pero Håkan percibía ahora la santidad del cuerpo humano y consideraba que todo atisbo de lo que había debajo de la carne era una profanación.