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Felisberto Hernández

Tres novelas longevas: Por los tiempos de Clemente Colling, El caballo perdido, Tierras de la memoria

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    Aquella misma tarde y muchas otras, yo me quedaba callado mirándolo; confundía tal vez lo de que era ciego, procediendo como si también fuera sordo; o tal vez me desconcertara verme escondido ante sus propios ojos y en plena luz del día; o era él que se escondía detrás de sus párpados; o sencillamente procedía con una naturalidad desconocida
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    Era muy linda y por lo menos me doblaba la edad. (Otro amor secreto, pero con el agravante de que teníamos demasiada confianza y después mi timidez y que ella pensaría que yo había interpretado mal la confianza.
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    Pero antes de volver a dormirme en el recuerdo, como quien se despierta un instante mientras el cuerpo se da vuelta, vi —en el viaje que hacía en ferrocarril diez años después— que el asiento de enfrente estaba vacío, y, consultando la memoria de los ojos, deduje que el Mandolión faltaba desde hacía rato y que por eso yo había tenido un recuerdo tan largo. Me levanté para sacar de mi valija unos cuadernos que había escrito cuando hacía el viaje a Chile, pues no recordaba si algunas cosas habían ocurrido en Mendoza, a la ida o a la vuelta. Mientras revisaba mi valija alguien abrió la puerta del vagón y entonces vi al Mandolión tomando mate en el coche de segunda.

    Decidí sumergirme en mis cuadernos; los revisaría con el escrúpulo con que un médico examinaría a un hombre que se va a casar. La noche anterior, cuando pensé que al salir de Montevideo tendría que cambiar de vida, había decidido investigar primero mi vida anterior; y por eso cargué toda mi historia escrita en un rincón de la valija.
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    alma del gato podría haber abandonado su cuerpo escapándose con el último grito; después habría seguido navegando en aquel sonido como alma en pena. Y aquella noche, encontrando en mi cuerpo un instrumento simpático, habría vibrado de nuevo.
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    Siempre tuve dificultad de sacar una mano fuera de la cama estando en la oscuridad; porque pensaba que si mi mano llegara a encontrarse con otra que no fuera mía, yo me volvería loco.
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    ya no era un cuarto vacío; más bien era una cueva oscura en cuyo fondo de paja húmeda y en un ambiente de viscosidad cálida, se movía una boa que despertaba de su letargo.
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    Cuando me desprendí de esa rueda, me sentí como un cuarto vacío, dentro de él ni siquiera estaba yo
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    La maestra tenía una pollera de un color gris muy parecido al de la gallina. Y ese mismo día en mi casa, después del almuerzo y cuando me obligaron a dormir la siesta, yo empecé a imaginarme lo lindo que sería vivir bajo la pollera de la maestra. Allí también habría un calor agradable; y sus piernas,
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    Aquella noche en Mendoza yo reconocía la realidad presente por su angustia. Pero si ahora tengo ganas de decir que empecé a conocer la vida a las nueve de la mañana en un vagón de ferrocarril, es porque aquel día que salía de Montevideo, acompañado por el Mandolión, no solo volví a reconocer esa angustia, sino que me di cuenta que la tendría conmigo para toda la vida. Ella estaría en mí aun cuando yo pensara en las cosas más diversas: en las nubes que viajaban junto con el ferrocarril; en la llave de mi casa, que la llevaba olvidada en mi bolsillo sin saber cuándo la volvería a usar; en el Mandolión, y en aquel botín amarillo que se había atragantado con el pie y tenía la lengua afuera. Pero mi angustia no solo cubría con su densidad las cosas más diversas y se echaba caprichosamente, como una mujer impúdica sobre un objeto cualquiera: cuando yo era niño y mi angustia era ingenua, ella también solía mezclarse en extraños placeres. Recuerdo que entre todas las maestras de mi infancia tres habían sido grandes y gordas. Estas me inspiraban más respeto y curiosidad; pero también me inspiraban más deseos de no respetarlas. Yo tenía mi manera secreta de faltarles al respeto, pero esta manera se cumplía nada más que en mi imaginación.
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    Sus pasos eran un acontecimiento extraño, no solo por el hecho de caminar así en medio de un poema, sino porque ponía en movimiento dimensiones y volúmenes desacostumbrados
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