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Luisa Noguera Arrieta

Un lugar para ti

  • liliana berecahar citeretfor 7 måneder siden
    cial
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    Quien solo actúa como impresor.
  • Mäfê Bėcērrąhar citeretsidste år
    El perrito no se dio cuenta de que se separaba definitivamente de sus papás, ni imaginó que su vida iba a cambiar por completo. Ya no pasaría las horas jugueteando en el patio o durmiendo plácidamente junto a Narda. Ya no volvería a entrenarse en lucha con su cansado padre, ni a recibir los mimos de los que hasta ese día fueran sus amos. Sin embargo, nuevas puertas se abrían para este cachorro comprado con mucha ilusión por una pareja que quería darle a su hijo un regalo de cumpleaños que no olvidara nunca.
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    Narda, que estaba bebiendo agua, se puso alerta y corrió junto a su perro. “Ahora se va él”, pensó entristecida. Pero ya había entendido cuál era el ritmo de la vida y lamió dulcemente a su cachorro, despidiéndose
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    —Hola mi pastorcito —entró saludando una señora—, por fin vine por ti.

    El perrito estaba durmiendo al sol en el jardín y se entusiasmó con la voz que lo invitaba cariñosamente al juego. Le habían llevado un hueso de carnaza y una bola de hule que rebotaba tentadora.
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    Quedaba solo un cachorro que se había apegado mucho a Narda. Desde que se fueron sus hermanos, tenía la atención de su mamá solo para él, y toda la rica leche no tenía otro dueño. Se había puesto gordo y hermoso. Sus orejas eran atentas y su pelo muy suave y esponjoso.
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    más de lo normal, tratando de consolarla, para ella era muy triste separarse de sus crías.

    Una vez pasada la pena inicial, Narda notó que se sentía más aliviada y su cuerpo recuperaba el vigor de antes. Ya no se sentía pesada y se veía esbelta nuevamente. La tristeza pasó, y volvió a ladrar como antes.
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    Como ya conocía el truco, la siguiente vez no quiso recibir la galleta, aunque la boca se le hiciera agua. Le quedaban tres perritos y no pensaba quitarles la vista de encima.
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    recorría apresurada algunas cuadras, pero era inútil. El rastro ya se había perdido.

    Las desapariciones continuaron. Un día, hasta se le perdieron dos al tiempo. La pobre no entendía qué pasaba con sus cachorros. Luego se dio cuenta de que justo antes de que se le perdiera alguno, la llamaba su amo con voz sospechosamente mimosa y le ofrecía una galletica para perros; la llevaba hasta el jardín interior y después de dársela, la dejaba allí encerrada un rato.
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    Un buen día los cachorros comenzaron a desa­parecer. Primero fue una perrita que había nacido algo pequeña, pero tenía la carita más hermosa y fue la que aprendió primero a comer en un plato. Cuando Narda notó la desaparición, la buscó desesperadamente por toda la casa: el rastro que seguía con su agudo olfato terminaba justo en la puerta que daba a la calle. Cuando esta quedaba abierta, Narda
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    simpatía por la camada, y al verlo jugar con ellos, se pen­saría que hasta cariño sentía.

    Pasaron dos meses y los perritos ya comían solos en su plato, aunque no desaprovechaban la oportunidad de “asaltar” a Narda cuando se echaba a descansar.
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