El enigma del oficio

Solo algunas personas ya grandes de Barcelona recuerdan quién fue Oriol Regàs, un célebre personaje en el mundo de la cultura, la gastronomía y el ocio nocturno de los ambientes de gente adinerada y progresista. Una combinación poco habitual.
Su fama estaba cimentada en el bar del que era dueño, el Bocaccio, famoso espacio donde tomaba sus copas la intelectualidad de los años sesenta, la llamada gauche divine. Un lugar donde cada noche llegaba Carmen Balcells a fichar autores, donde Esther Tusquets y su hermano Oscar pensaban la nueva Lumen, donde hacía planes Beatriz de Moura y donde Jorge Herralde comenzaba a delinear la revoltosa Anagrama. Allí me llevó Balcells cuando la conocí. Después de décadas de encierro y oscuridad, una nueva era daba comienzo. Todo giraba alrededor de Bocaccio, en la calle Muntaner. Una historia que aparece reiteradamente en las memorias de artistas y escritores, el grupo de intelectuales más progresista, más elegante, más fiestero y más liberal de todo Barcelona. Un grupo con una holgada capacidad de consumo que, por su cultura, viajes e idiomas, dejaba afuera a quienes no pertenecían a esa elite

54% de los ciudadanos tiene ancestros indígenas

Las paredes, también de blanco brillante, eran un muestrario del horror vacui de la propietaria: no quedaba un sitio donde colgar nada ni donde apoyar nada, porque todo espacio estaba ocupado, y en medio de ese panorama realmente apabullante, lo único que se me ocurrió fue preguntarme en silencio ¿cómo harían para limpiar todo eso

Cuando García Marquez, que jamás regaló elogios ni escribió prólogos

La Maga era el sueño de los jóvenes lectores porteños, que deambulábamos por la calle Corrientes, de Callao a la 9 de Julio ida y vuelta, hasta entrar a ver alguna película de culto en el cine Lorraine, soñando que al

La diferencia entre un turista y un viajero es que el viajero sabe cuándo sale, pero no adónde va ni cuándo volverá

Con nuevas ediciones muy cuidadas, todo se fue encaminando, y la venta de sus libros creció de una manera impresionante. Elsa estaba feliz, no por la venta, ni por lo que comenzó a cobrar, sino por la cantidad de colegios de los que la llamaban, le escribían y le pedían que los visitara, cosa que ella hacía con regularidad: dos días a la semana los dedicaba a ir a los colegios, a contarles cuentos a los chicos. Elegía siempre colegios públicos, y si eran de barrios alejados y pobres, mejor. En ninguno de ellos, nunca, aceptó cobrar, apenas un mate cocido, compartido con los chicos y con las maestras

mil pesos, que en aquel momento era la misma cantidad de dólares

si bien un editor puede ayudar a resolver muchas cosas, hay algo que solo lo puede hacer el autor

Hernán irrita al mundillo literario chileno