Mi consentimiento no evitó tus reproches, ya que demuestra que, de cualquier manera, yo soy el culpable de que no te hayas casado.
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resulta entre líneas que en verdad he sido yo el agresor, mientras que todo cuanto tú hiciste no fue más que en defensa propia.
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y ante la menor insignificancia tú me persuadías con tu ejemplo y con tu educación, tal como intenté describirlo, de que yo no era más que un inepto
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¿me atrevería a casarme, viendo que aun tú mismo debías librar tan dura batalla en el matrimonio y hasta fracasabas ante los hijos?
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la mano no tengo nada, todo está volando y, no obstante (tan decisivas son las condiciones de la lucha y la miseria de la vida), yo debo elegir la nada.
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Residían en tu actitud hacia los hijos, de la cual trata por entero esta carta.
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Mucho más importante es, sin embargo, el temor de mí mismo.
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mis tentativas de autonomía y de evasión, que no me llevarán muy lejos, según lo he comprobado en múltiples ocasiones.
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me parece entonces que para mi vida sólo pueden tomarse en consideración aquellos lugares que tú no cubres o que no están a tu alcance.
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que me derriban definitivamente son otras causas: la presión general del miedo, la debilidad, el menosprecio de mí mismo.