Luchar por la calle

El código de funcionamiento es el lenguaje implícito que adquiere significado cuando el diseño de la calle se cruza con las personas que la usan. Sin embargo, es en el modo de funcionamiento de la calle —cuándo caminamos y cuándo interrumpimos la marcha, cómo nos detenemos y cómo volvemos a ponernos en movi

un viejo adagio que dice que los auténticos neoyorquinos nunca levantan la vista hacia el cielo. Pero en realidad tampoco miran nunca de verdad hacia abajo, hacia sus calles. ¿Cuántos carriles tienen? ¿Por qué por las calles impares se circula en dirección este y por las pares hacia el oeste? ¿Por qué la mayoría de las avenidas norte-sur son de sentido único? ¿Por qué algunas aceras son más anchas que otras? ¿Por qué algunos cruces tienen semáforos y otros, señales de tráfico?

se puede imponer una lógica externa a la ciudad —escribió Jacobs hace ya más de medio siglo—; las personas constituyen la ciudad y a ellas debemos adecuar nuestros proyectos, no a los edificios».[15]

Una calle con una vida activa genera relaciones de buena vecindad, una forma crucial de «riqueza social», y a la vez también es un buen negocio, en el sentido más literal. Unas calles activas, que permitan caminar cómodamente, generan por sí mismas su propio orden público y la circulación peatonal alimenta el comercio de proximidad. Los desplazamientos a pie son un factor tan significativo para la economía urbana como también lo son para la seguridad y la calidad de vida de una ciudad.

Por muy modestos, casuales y dispersos que puedan parecer —escribió Jacobs—, los contactos en la acera son la calderilla a partir de la cual se enriquece la vida pública de una ciudad»

Un diseño equilibrado a la altura de la calle da vida a las aceras e invita a las y los residentes a salir de casa, con su importantísima «mirada vigilante, atenta a lo que ocurre en la calle»,[13] manteniendo así las calles seguras y al vecindario implicado y vinculado.

Cuando presionas contra el statu quo, este responde, con fuerza. A todo el mundo le gusta contemplar una buena pelea. Y esta era sin duda una pelea en plena calle, un combate políticamente sangriento y alimentado por la prensa sensacionalista. Personalmente estuve profundamente implicada en ese combate, y sigo estándolo. Pueden acusarme de tendenciosa o tacharme de chiflada —mucha gente lo ha hecho—, pero estoy convencida de que la lucha para recuperar las calles de Nueva York contiene lecciones para cualquier zona urbana y de ella depende el futuro de nuestras ciudades.

Las autoridades elegidas, los urbanistas y la ciudadanía tienen escasas expectativas con respecto al funcionamiento de las calles y, sin una clara comprensión del alcance del problema, pocas ciudades llegan a plantearse siquiera como objetivos mejorar la seguridad de sus calles, hacerlas más caminables, reducir la congestión y desincentivar la expansión hacia la periferia.

La gente no es consciente de que las calles pueden ser un potente impulsor de la vida urbana.

El código de funcionamiento es el lenguaje implícito que adquiere significado cuando el diseño de la calle se cruza con las personas que la usan. Sin embargo, es en el modo de funcionamiento de la calle —cuándo caminamos y cuándo interrumpimos la marcha, cómo nos detenemos y cómo volvemos a ponernos en movimiento, cómo la interpretamos intuitivamente mientras conducimos, caminamos o pedaleamos por ella— donde quedan de manifiesto el significado profundo y las insuficiencias de dicho código.