Tal vez sea la metáfora del lector-abeja acuñada por Séneca la que haya conocido una mayor fortuna.66 Repetida en los paratextos de buena parte de las compilaciones de fragmentos que se han conservado, esta metáfora funciona como emblema de quien practica la anotación:
Debemos imitar a las abejas que vagan de un sitio a otro y escogen las flores más apropiadas para elaborar la miel: las cosas cuidadosamente recolectadas se conservan mejor. Después, aplicando la atención y la facultad de nuestro ingenio, fundamos en un sabor único todas aquellas diversas libaciones, de manera que, aunque se vea de dónde se tomaron, se demuestre asimismo que tienen un ser diferente del que allí tenían.67
No es necesario conservar todo lo que se lee, afirma Séneca. Más bien hay que saber distinguir aquello que puede ser útil en un futuro de aquello que es mejor olvidar. Como si fuéramos abejas, tenemos que dirigirnos a los textos en busca de las mejores flores, aquellas que producirán un polen de mejor calidad.