Cuando, en 1990, supe que el amante chino de El amante había muerto hacía ya muchos años] abandoné el trabajo que estaba haciendo. Escribí la historia del amante de la China del Norte y de la niña. (… ) Escribí este libro en la enloquecida felicidad de escribirlo. Permanecí un año en esta novela, encerrada en aquel año de amor». Y si Marguerite Duras vuelve a esta historia extraordinaria es porque, como veremos, al revivirla reaparecen de pronto, con una nitidez y una precisión hasta ahora inéditas, no sólo los personajes de Thanh, el huérfano de las montañas de Siam, o del adorado hermano pequeño, el niño «diferente», incestuoso, o de la madre, ligeramente alelada, o de Hélène Lagonelle, esa amistad «rara», o del terrible hermano mayor, sino también, con detalles hasta ahora no contados, la trama de las extrañas relaciones entre ellos. Aquí todos ellos hablan, «se explican», ocupan su lugar en la historia.