Unas horas antes, sentado con él en su oficina, había visto a un hombre distinto: el típico payaso de la clase —solo que de mediana edad—, más amable, más bromista, dispuesto a recurrir a cualquier tontería con tal de hacerme reír. Me había tratado como a un niño, y yo, con diecinueve años, me había dejado llevar por el papel. Me dijo que había ido al sitio indicado, que Love in Action me curaría, que me haría dejar atrás mis pecados para llevarme hacia la luz de la gloria de Dios.