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José Revueltas

Dormir en tierra

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  • kim claudiahar citeretsidste år
    Sucedió todo con una rapidez vertiginosa. Isaac mismo no se dio cuenta cuando sepultó el puñal en el pecho de Rebeca, ni cuando inmediatamente después, el cuerpo rodó por la escalera hasta llegar al patio y vinieron en seguida los gendarmes a tiempo que dos hombres —los inquilinos de turno para la Defensa Civil— subían a la azotea, indiferentes, para vigilar los ataques aéreos.

    Pero todos los que de un modo o de otro participaron en este pequeño drama habían sentido misteriosamente que esa noche era como la del nacimiento de algo nuevo, inefable, que esa noche, en realidad, era noche de Epifanía
  • kim claudiahar citeretsidste år
    “Dios, Dios mío, se ha vuelto loco”, pensó el practicante. Era como si la vida y la muerte se hubieran dado cita dentro de su corazón y los ojos se le hubiesen quedado abiertos por los siglos de los siglos. Tal vez estaría muerto ya, de pie, como un mástil lóbrego, como el peor, el más encarnizado, poderoso y temible enemigo de Dios. “No existe, no existe Dios. Nos han engañado de la manera más cínica y ruin.”
  • kim claudiahar citeretsidste år
    —Todos piensan igual. Tú mismo piensas igual. Porque en el fondo, ¿qué te importa mi muerte y a mí la tuya? ¿Qué me importan tus sufrimientos? —
  • kim claudiahar citeretsidste år
    Ahí en el sótano, al menos, nunca había faltado la luz, excepción hecha de cuando la planta fue destrozada por las bombas y hubo necesidad de trabajar en las tinieblas para no perder un solo minuto. Fue desagradable valerse tan sólo del tacto. Aquí la caja torácica. Aquí el esternón. Aquí la pelvis. Como buscar desesperadamente, en mitad del infinito, la existencia, la presencia consoladora de un ser humano y, al tropezar con ella, encontrarlo muerto.
  • kim claudiahar citeretsidste år
    —Me gustaría tropezarme con cualquier hombre en la calle e irme a dormir con él. Una no sabe lo que ocurrirá mañana —dijo en voz notablemente alta. De sobre el botiquín tomó su linterna de luz violeta —la única luz permitida en las calles a causa de los bombardeos nocturnos—, y oprimiéndole el disparador la probó sobre su rostro a tiempo que miraba el débil filamento tras del cristal. Durante un segundo sus facciones fueron las de una muerta, las mejillas azules, los párpados entrecerrados y los pómulos sin carne. Entonces se comprendía todo. Se comprendía el mundo
  • kim claudiahar citeretsidste år
    Lo extraordinario era que Alicia no sufría, pese a sus gemidos. Ella pensó —acordándose de su tía Ene, en la muerte del tío Reynaldo— que lo indicado era gemir, sollozar del mismo modo que lo hacen las viudas legítimas la tarde del entierro, no tanto como una expresión de su dolor, cuanto como una deferencia hacia los demás, en cierta forma para no defraudar a nadie, a toda esa gente de negro que rodea el ataúd y se estremece con los ayes de la pobre mujer que tanto amó al difunto y ahora quedará de tal modo sola. De tal modo sola e irremediablemente compadecida, mientras la amante del esposo muerto, esa viuda ilícita y secreta que hubiese sido tan mal vista en el cementerio, llorará silenciosas lágrimas en el rincón de un templo o se pegará un tiro en el cuartucho de algún hotel.
  • kim claudiahar citeretsidste år
    Alicia miraba a través de las pestañas, y cierta plenitud triunfante, algo muy tibio se adueñaba de su ser al sentir la obsequiosa alarma y los cuidados tan ingenuamente inútiles y llenos de cómica reserva de las personas mayores. Parecían extraños pájaros habitantes de un planeta vacío y desconocido en medio de esta alcoba infantil, inocente, candorosa,
  • kim claudiahar citeretsidste år
    A pesar de su origen sencillo, a pesar de no ser siquiera propiamente una enfermedad —un simple shock nervioso habían dicho en el Instituto para Señoritas y Varones cuando en compañía de su padre la trajeron a casa tres horas antes—, esto era tan parecido a la muerte que todos se impresionaron, todos se pusieron en movimiento, aunque sin propósitos definidos, en un afán de sentir que se hacía algo, por inconcreto y gratuito que fuese
  • kim claudiahar citeretsidste år
    Otra vez muy próxima a él, Joe volvió a escuchar esa voz desconocida, pero que le hablaba con tanta familiaridad. “Te aseguro, Joe, que ahora sí no escuchaste nada. La cosa ya terminó, sin un grito; de seguro el japonés apergolló al nuestro sin dejarlo sacar la cabeza del agua. Hubieras perdido la apuesta.”

    Joe sintió algo muy extraño en las piernas.

    Ahora, por fin, reconocía aquella voz que era la propia, inconfundible voz del negro Smith, que quién sabe por qué no habría podido reconocerla antes.

    Pensó en Johnny. ¿Qué habría estado soñando Johnny?

    Bien, de todos modos, le agradecía las hermosas, inolvidables sensaciones que le hizo experimentar con su pequeña muerte
  • kim claudiahar citeretsidste år
    lado de los límites del hombre, donde ya no eran seres reales, donde habían dejado de ser hombres y no podían encontrar ninguna otra manifestación de vida sino en la muerte; donde lo único humano y viviente que les quedaba en la existencia era el aullido de los que morían, y donde la única acción viva que les estaba permitida era la acción de matar.

    “Lo bueno que no fue Johnny”, se dijo otra vez Joe. La inexperiencia, la nerviosidad de Johnny, lo hacían temer a cada momento por el muchacho, y además estaban las súplicas que le hizo Paulina, con lágrimas en los ojos, acerca de que se hiciera cargo de él como si fuera su padre, ya que iban a estar juntos en la misma unidad del ejército
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