—En esos segundos, lloraba todas mis pérdidas. El no llegar a verte nunca recorriendo el pasillo hacia el altar, el no ver tu rostro reflejado en nuestros hijos, el no ver los primeros mechones plateados en tu cabello. Pero, al mismo tiempo, no me importaba. Si muriendo conseguía que tú siguieras viva —volvió a hacer aquel movimiento, encogiéndose de hombros, aunque solo podía mover uno—, ¿qué de malo tenía aquello?