La otra mitad de Dios

Porque, después de todo, de eso se trata: de historias y de qué modo contarlas. Las historias que conservan en la redacción la sombra de la historia oral, y en su oquedad aquello que han querido olvidar

Sin la ilusión, no hay caída. Y es en esta bisagra, entre la consonancia y la disonancia, donde el vínculo perverso alcanza su tremenda fuerza, su infinita insatisfacción, su insaciabilidad.

Aquí es donde el castigo expone su propia ciega inocencia, en la perfecta coincidencia de cura y pena. Gracias al chivo expiatorio, de hecho, la culpa se borra. Según René Girard, se borra sobre todo de la memoria

Toda elección contiene arbitrariedad y por lo tanto la posibilidad de errar: el azar en cambio no comete errores.
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La relación entre la culpa y el castigo se vuelve pura y, como tal, purificadora. En efecto, no sólo la culpa colectiva nace y se cancela en el ritual, sino que además el sacrificio del inocente anula un elemento intrínseco al castigo: el vínculo entre castigador y castigado. Si el castigado es un chivo expiatorio, la venganza ya no puede ser aquello que lo relaciona con su perseguidor. No hay ningún vínculo entre ellos.

Por lo tanto, el del chivo expiatorio es el único castigo perfecto.

Toda elección contiene arbitrariedad y por lo tanto la posibilidad de errar: el azar en cambio no comete errores.

El chivo expiatorio, sostiene Girard, esconde un asesinato colectivo, haciendo responsable de este a un individuo. Así se salva el pueblo y se oculta el horror.

Aquí es donde el castigo expone su propia ciega inocencia, en la perfecta coincidencia de cura y pena. Gracias al chivo expiatorio, de hecho, la culpa se borra. Según René Girard, se borra sobre todo de la memoria.

Te digo que siento un pánico terrible por nuestro futuro y por la infelicidad en que, debido a mi carácter y mi culpa, puede resultar de nuestra convivencia, infelicidad que te afectará enteramente y sobre todo a ti, porque en el fondo soy un hombre frío, egoísta e insensible, a pesar de la debilidad que oculta pero no mitiga todo esto.

La destrucción pone fin a la fuga, pone un sello en su espalda, los entrega a la pérdida, a la canción, a la memoria. Hace que “nuestros muertos” estén vivos.

Sin los poetas, el patriarca nunca lo habría logrado. Gracias a ellos, la nada se vuelve su reino.

La creación saca a la luz un ser que está en fuga. La obra, la criatura, son fugitivas.