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Azorín

Las Confesiones De Un Pequeño Filósofo

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Libro breve y consumado, es una de las pocas historias confidenciales del niño sin amaneramiento, sin cursilería, hechas con simplicidad y, sin embargo, entreabriendo la traspuerta que da ya a la recámara del hombre y a sus intrincadas inquietudes. Interno en un colegio de escolapios en el pueblo de Yecla, a unas horas de su pueblo natal, Azorín pinta sus congojas de colegial, sus distracciones por las ventanas del salón de estudio, viendo la vega, la psicología de sus profesores, descritos con sagacidad sin par, y otras malicias y peripecias. Al mismo tiempo, hay en este bello tomo lleno de intimidad, afueras campesinas, tenerías y casas salientes en las que viven sus tíos, los que dirán un día, recordándole: Azorín es un hombre raro. Dedicado a don Antonio Maura, a quien debe el autor de este libro el haberse sentado en el Congreso: deseo de mocedad, tiene, como regalo final, un Epílogo de los canes, en que está compendiado el conocimiento cauto e irónico del mundo que posee Azorín
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Citater

  • Sebastian Gonzalez Rodriguezhar citeretfor 5 år siden
    mi bisabuelo es un viejecito con la cara afeitada, encogido, ensimismado: tiene el pelo gris, claro, largo, peinado hacia atrás; sus ojos son pequeños, a medio abrir, como si mirara algo lejano y brillante (y ya veremos luego que, en efecto, lo que él estaba mirando siempre era algo brillante y lejano); su boca es grande, y la nariz hace un pico sobre la larga comisura.
    Este pequeño viejo esta con la cabeza suavemente inclinada; se ve en su indumentaria una corbata negra, de lazo: por encima de ella, tocando las mandíbulas, aparecen dos pequeños triángulos blancos del cuello, y por debajo, sobre el pecho, otro triángulo, que es la pechera. El traje de mi bisabuelo es negro; lleva también una capa negra, de cuello enhiesto, y por entre sus pliegues, a la altura del pecho, aparece la mano amarilla y huesosa del pequeño viejo, medio extendida, como señalando, pero sin afectación, cuatro o seis infolios que se destacan a la derecha con sus tejuelos rojos y verdes.
  • Sebastian Gonzalez Rodriguezhar citeretfor 5 år siden
    Respecto a mi tía Bárbara, yo he de declarar que, aunque la llamo así, tía, como si lo fuese carnal, no sé a punto fijo qué clase de parentesco me unía con ella. Creo que era tía lejana de mi padre. Ello es que era una vieja menudita, encorvada, con la cara arrugada y pajiza, vestida de negro, siempre con una mantilla de tela negra. Yo no sé por qué suspiran tanto estas viejas vestidas de negro. Mi tía Bárbara llevaba continuamente un rosario en la mano; iba a todas las misas y a todas las novenas.
  • Sebastian Gonzalez Rodriguezhar citeretfor 5 år siden
    i tío Antonio era un hombre escéptico y afable; llevaba una larga y fina cadena de oro que le pasaba y repasaba por el cuello; se ponía: unas veces, una gorra antigua con dos cintitas detrás, y otras, un sombrero hongo, bajo de copa y espaciado de alas. Y cuando por las mañanas salía a la compra —sin faltar una—, llevaba un carric viejo y la pequeña cesta metida debajo de las vueltas.
    Era un hombre dulce: cuando se sentaba en la sala, se balanceaba en la mecedora suavemente, tarareando por lo bajo, al par que en el piano tocaban la sinfonía de una vieja ópera... Tenía la cabeza redon
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