Paul Strathern

Leibniz en 90 minutos

Leibniz fue el primero de los grandes filósofos alemanes en producir un sistema filosófico omnicomprensivo. Llegó a la notable conclusión de que el tiempo y el espacio no existen, de que son suposiciones supersticiosas. Sólo las cosas existen, y sólo Dios es capaz de verlas como realmente son, desde un punto de vista sin perspectiva. Pero el número infinito de sustancias que componen el mundo no son materiales, son metafísicas, y, por lo tanto, no están sujetas a la ley de causa y efecto. Su interacción aparente es el resultado de la armonía “preestablecida”, que es parte de la creación de Dios.

En Leibniz en 90 minutos, Paul Strathern presenta un recuento conciso y experto de la vida e ideas de Leibniz, y explica su influencia en la lucha del hombre por comprender su existencia en el mundo. El libro incluye una selección de escritos de Leibniz, una breve lista de lecturas sugeridas para aquellos que deseen profundizar en su pensamiento, y cronologías que sitúan a Leibniz en su época y en una sinopsis más amplia de la filosofía.
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Oprindeligt udgivet
2014
Udgivelsesår
2014
Forlag
Siglo XXI

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Vurderinger

  • Roberto G. Garzahar delt en vurderingfor 2 år siden
    👍Værd at læse
    🔮Overraskende
    💡Lærerig

    Debido a que una amiga compartió en su página en Facebook un muy interesante artículo sobre este gran filósofo (gracias Diana), busqué y encontré este libro con información básica. Lo recomiendo.

  • Misael Zunigahar delt en vurderingfor 3 år siden
    👍Værd at læse

    Muy sencillo pero ameno, muy bueno para una rápido vistazo a un pensador tan complejo.

Citater

  • Michelle Machar citeretfor 5 år siden
    Mi filosofía… no está completa en sí misma, y no pretendo tener una razón para todo lo que otros han creído poder explicar… Es mi opinión que la mayoría de los sistemas filosóficos son correctos en su mayor parte en cuanto a lo que afirman ser verdad, pero no tanto en cuanto a lo que afirman ser falso.
  • Michelle Machar citeretfor 5 år siden
    Leibniz mencionó por primera vez una de las cuestiones más profundas que continúan persiguiendo al conocimiento humano, tanto científico como filosófico. Nuestro conocimiento del mundo depende enteramente de nuestro aparato perceptivo: vista, tacto, olfato, oído, etc. Especialmente la vista. Tendemos a creer que el mundo real es como lo vemos. Pero incluso aquí, en nuestra percepción más completa, durante, aproximadamente, el último siglo hemos descubierto que hay aspectos del mundo que somos incapaces de «ver». Sabemos que existen cosas más allá de los límites de nuestra capacidad de percibirlas, a ambos lados del espectro visible. Están los rayos ultravioleta y los infrarrojos, por no mencionar las ondas de radio, los rayos cósmicos, etc. Sólo podemos medirlos mediante instrumentos científicos. Pero estos sutiles instrumentos científicos han sido desarrollados, con toda intencionalidad, sólo como extensiones de nuestro aparato perceptivo. No son categóricamente diferentes de la vista, el tacto o los otros sentidos. ¿Cómo sabemos que la realidad última «ahí afuera» se ajusta a nuestro aparato perceptivo, o incluso a su altamente sofisticada extensión científica? El hecho es que no sabemos. Y pareciera que, simplemente, no tenemos modo de saber si lo hace o no. Todo lo que percibimos es la apariencia que nuestro aparato perceptivo es capaz de percibir. ¿Qué parecido puede tener con la realidad última que estimula nuestra percepción? En un sentido muy real, parece inconcebible una respuesta a esta pregunta. La filosofía racionalista de Leibniz fue el primer intento de responderla en términos de una explicación global del mundo.
  • Michelle Machar citeretfor 5 år siden
    La filosofía de Leibniz es un sistema de gran belleza y, en lo esencial, de una sencillez sorprendente. Sostiene que hay un número infinito de substancias que forman el mundo. Son llamadas mónadas, y son las últimas partes constitutivas de todas las cosas, incluido Dios. Si una cosa ocupa espacio debe tener extensión; esto quiere decir que puede dividirse y que es, por ende, compleja. Por lo tanto, las mónadas, que son simples, no pueden tener extensión y, por consiguiente, no son materiales. De modo que el mundo está formado por un número infinito de puntos metafísicos; pero, puesto que estos puntos son metafísicos, no puede haber entre ellos interacción física. No están sujetos a las leyes de causa y efecto; no hay causalidad entre ellos, a pesar de lo que nos parece que ocurre en el mundo material. La aparente interacción de las mónadas que componen el mundo es el resultado de la «armonía preestablecida» que existe entre ellas, y que ha existido desde el momento en que su substancia fue creada por Dios. A partir de entonces, los cambios ocurridos en el estado de cada mónada individual son causados por el estado precedente de dicha mónada. En otras palabras, cada una está sujeta a su propia cadena de causalidad y permanece en concordancia con todas las otras mónadas debido a la «armonía preestablecida». Ésta fue creada por Dios, y toda la naturaleza es el reloj de Dios (horlogium Dei). Puede ser que lo que existe no sea una creación perfecta, pero su imperfección es inevitable y debida a su naturaleza.

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