42 poemas

Si la muerte

es sueño, despertemos

de ella; si no —no lo es—,

con todo cuanto es nuestro rechacémosla

mientras en nuestros cuerpos condenados

dura, del carcelero,

la licencia indecisa.

La vida más vil, Lidia, y no la muerte,

que desconozco, quiero; cojo flores

que te entrego, votivas

de un humilde destino

Se vive como se nace,

sin querer y sin saber.

No sólo quien nos odia o nos envidia
nos limita y oprime; quien nos ama
no menos nos limita.
Los dioses me concedan que, desnudo
de afectos, de la fría libertad
de las cumbres yo goce.
Quien quiere poco, tiene todo; quien
nada, es libre; quien no tiene o desea,
hombre, es como los dioses.

Ven a sentarte conmigo, Lidia, a la orilla del río.
Con sosiego miremos su curso y aprendamos
que la vida pasa, y no estamos cogidos de la mano.

seré siempre el que no ha nacido para eso;
seré siempre el que tenía condiciones;

con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres,

Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme

Me aparto de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué voy a pensar?

¿Un genio? En este momento
cien mil cerebros se juzgan en sueños genios como yo,

¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
—sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas—,
y quién sabe si realizables, no verán nunca la luz del sol verdadero ni encontrarán quien les preste oídos?