Nick Hornby

Funny Girl

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    Nadie hablaba de Hablando del diablo, no abiertamente, al menos.
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    –Por supuesto que no. No soy ningún pequeño Hitler ni nada parecido. Lo elegiremos juntos.
    Así que Barbara eligió Honor y Cathy, por Los Vengadores, Glynis y Vivien e Yvonne por las películas, e incluso Lucy por la televisión. Y después de rechazar todos estos nombres se decidieron por el primero que había sugerido Brian: Sophie Straw.
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    Su padre adoraba a Jean Metcalfe. Trabajaba en la radio, y hablaba con esa voz de la BBC con la que nadie en toda Inglaterra, ni en el norte ni en el sur, hablaba en la vida real.
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    El deseo de actuar era una verdadera maldición en la vida de Brian. Todas aquellas chicas curvilíneas y hermosas..., y la mitad de ellas no querían aparecer en calendarios ni participar en inauguraciones. Querían tres líneas en una obra de la BBC sobre madres solteras que trabajaban en las minas de carbón. Brian no entendía ese impulso, pero cultivaba los contactos con productores y agentes de casting, y mandaba a las chicas a pruebas y audiciones. Se volvían mucho más dóciles después de haber sido rechazadas repetidas veces.
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    Cariño, lo único que tienes que hacer es quedarte ahí de pie, y la gente no parará de echarme dinero. Y yo te daré una parte. Es el juego más sencillo del mundo, sinceramente.
    –Suena como el juego más antiguo del mundo.
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    –Oh, no, no pretendo ligar contigo –dijo Brian–. No es sexo. Es algo aún más sucio. Quiero ganar dinero contigo. Soy agente de talentos.
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    Hacer reír a la gente implicaba bizquear y sacar la lengua y decir cosas que podían sonar estúpidas o ingenuas, y ninguna de aquellas chicas de labios pintados de rojo y fulminante desdén por todo aquel que fuera viejo o vulgar haría jamás nada de eso.
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    –Era la chica a la que pillaron tonteando con un cliente en el lavabo de caballeros de la tercera planta, y que luego confesó que había robado una falda. Solía comprar The Stage todas las semanas.
    Barbara, lejos de arredrarse ante aquella historia con moraleja, empezó a comprar The Stage
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    Barbara sacudió la cabeza, ávida de noticias de alguien que hubiera encontrado algún túnel secreto que partiera de la tienda y desembocara en la industria del espectáculo.
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    Lucille Ball la había convertido en una especie de mártir de la ambición.
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