Se levantó de la mesa para preparar el pozol. Destapó los calderos aún tibios, el metal sudaba por el calor del interior. Enjuagó el maíz y vio desaparecer por la coladera el agua con cal, hundió las manos entre los granos de olor fresco y tomó puñados que acomodó en el moledor, dio la vuelta a la manija y vio a la masa nacer, formarse en serpenteos, cobrar vida antes de unirse con el azúcar y el cacao.