La mera liberación de la necesidad de decir pequeñas mentiras, de mentir día tras día, restauró su amor propio. Nunca había mentido por placer, ni siquiera en el colegio; solo para llamar la atención y suscitar admiración, para demostrar que era distinto de los otros chicos de Cordelia Street; y se sentía mucho más hombre, incluso más honrado, ahora que no tenía necesidad de pretensiones jactanciosas, ahora que, como decían sus amigos actores, podía «vestirse como lo exige el papel».