Benjamín Labatut

Un verdor terrible

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    Si ese tipo de monstruos eran un estado posible para la materia, le dijo Schwarzschild con la voz temblorosa, ¿tendrían un correlato en la mente humana? Una concentración suficiente de voluntades, millones de seres humanos sometidos a un solo propósito, sus mentes comprimidas en el mismo espacio psíquico, ¿desencadenarían algo parecido a su singularidad? Schwarzschild no solo estaba convencido de que era posible, sino que ocurriría en la Vaterland
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    En abril, Schwarzschild organizó una expedición a Tenerife para fotografiar el regreso del cometa Halley, que siempre había sido considerado un mal augurio: en el año 66, el historiador Flavio Josefo lo había descrito «como una estrella similar a una espada», la cual venía a avisar sobre la destrucción de Jerusalén por parte de los romanos, mientras que en 1222 su aparición en el cielo habría animado a Gengis Kan a invadir Europa. A Schwarzschild lo fascinaba el hecho de que la enorme estela de su cola –que la Tierra atravesó en esa ocasión durante seis horas– soplase siempre en la dirección contraria al sol. «¿Qué viento lo arrastra con la furia de un ángel lanzado desde el cielo, cayendo y cayendo y cayendo?»
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    ¿Existe acaso alguna cosa que esté en descanso, alrededor de la cual el resto del universo está construido, o acaso no hay donde aferrarse en esta cadena sin fin de movimientos, en la cual todo parece estar atrapado? ¡Dense cuenta de hasta qué punto hemos caído en la inseguridad, si la imaginación humana no puede encontrar un solo lugar donde dejar caer el ancla y ninguna piedra del mundo tiene el derecho de considerarse inmóvil!»
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    nuestra luna, la masa de la Tierra genera una marea que recorre su superficie, similar al efecto que ella tiene sobre el agua de nuestros océanos. En su caso, es una ola de roca sólida de cuatro metros de altura que se propaga a lo largo de su corteza. La atracción entre ambos cuerpos sincroniza sus periodos de rotación de manera perfecta: como la luna demora lo mismo en girar alrededor de su propio eje que en dar una vuelta en torno a nuestro planeta, una de sus caras queda siempre oculta a nuestra vista. Ese lado oscuro permaneció fuera de nuestro alcance desde el nacimiento de la especie humana hasta el año 1959, cuando la sonda soviética Luna la fotografió por primera vez.
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    ¿cuál era el verdadero significado del versículo del Libro de Job, que dice que Yahvé «extiende el norte sobre el vacío y cuelga la Tierra sobre la nada
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    Cuando el cielo se despejó, vio a dos jinetes galopando a toda carrera, perseguidos por una densa neblina que avanzaba hacia ellos como una ola del mar. La niebla se extendía por todo el horizonte, alta como la pared de un acantilado. A la distancia se veía inmóvil, pero pronto envolvió los pies de uno de los caballos y el animal y su jinete cayeron fulminados. La alarma sonó a largo de toda la trinchera. Karl tuvo que ayudar a dos jóvenes soldados, petrificados por el temor, a ajustar las correas de goma de sus máscaras, y apenas alcanzó a ponerse la suya cuando la nube de gas descendió sobre ellos.
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    «No lo sé nombrar ni definir, pero posee una fuerza incontenible y oscurece todos mis pensamientos. Es un vacío sin forma ni dimensiones, una sombra que no puedo ver, pero que siento con toda mi alma.»
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    Entre las pocas cosas que Fritz Haber tenía consigo al morir hallaron una carta escrita a su mujer. En ella, Haber le confiesa que siente una culpa insoportable; pero no por el rol que jugó en la muerte de tantos seres humanos, directa o indirectamente, sino porque su método para extraer nitrógeno del aire había alterado de tal forma el equilibrio natural del planeta que él temía que el futuro de este mundo no pertenecería al ser humano sino a las plantas, ya que bastaría que la población mundial disminuyera a un nivel premoderno durante tan solo un par de décadas para que ellas fueran libres de crecer sin freno, aprovechando el exceso de nutrientes que la humanidad les había legado para esparcirse sobre la faz de la tierra hasta cubrirla por completo, ahogando todas las formas de vida bajo un verdor terrible.
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    El primer ataque con gas de la historia arrasó a las tropas francesas atrincheradas cerca del pequeño pueblo de Ypres, en Bélgica. Al despertar en la madrugada del jueves 22 de abril de 1915, los soldados vieron una enorme nube verdosa que reptaba hacia ellos por la Tierra de Nadie. Dos veces más alta que un hombre y tan densa como la niebla invernal, se estiraba de un lado a otro del horizonte, a lo largo de seis kilómetros. A su paso las hojas de los árboles se marchitaban, las aves caían muertas desde el cielo y el pasto se teñía de un color metálico enfermizo. Un aroma similar a piña y lavandina cosquilleó las gargantas de los soldados cuando el gas reaccionó con la mucosa de sus pulmones, formando ácido clorhídrico. A medida que la nube se empozaba en las trincheras, cientos de hombres se desplomaron convulsionando, ahogándose en sus propias flemas, con mocos amarillos burbujeando en su boca, su piel azulada por la falta de oxígeno. «Los meteorólogos tenían razón. Era un día hermoso, el sol brillaba. Donde había pasto, resplandecía verde. Debiéramos haber estado yendo a un pícnic, no haciendo lo que íbamos a hacer», escribió Willi Siebert, uno de los soldados que abrió parte de los seis mil cilindros de gas cloro que los alemanes derramaron esa mañana en Ypres
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    l verde de Scheele cubría el papel mural de las habitaciones y el baño de la casa Longwood, la residencia oscura, húmeda e infestada de ratas y arañas que el Emperador habitó durante sus seis años de cautiverio a manos de los ingleses en la isla de Santa Elena.
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