Cuando escribo me aparto del mundo para hundirme en un tiempo sin tiempo en el que nada sucede salvo lo que sucede dentro de mí. Me encierro para invocar y desvanecerme en un ritmo blanco e ilimitado. Quince días antes de venir a Sanià terminé un libro cuyo reporteo comencé en mayo de 2021. Para escribirlo, permanecí encerrada en mi estudio, con breves salidas para correr y hacer las compras, desde noviembre de 2022 hasta marzo de 2023. Las jornadas comenzaban a las cinco o seis de la mañana y terminaban a las ocho o nueve de la noche. No hubo encuentros con amigos, cenas fuera de casa, cumpleaños, viajes. Mientras, trabajé en paralelo un puñado de textos cortos, la disección forense de algo sobrevenido. Los escribía en la mañana, antes de salir a correr, y los repasaba en la noche, antes de acostarme. Asustaba un poco esa exploración sensata de algo insensato, esa escritura secreta que intentaba tocar lo inalcanzable. Escribiéndolos convoqué sobre mí cosas desmesuradas. Para hacerlo solo necesité el coraje del que no teme perder ni hacerse daño. Capote, en cambio, necesitó dos ahorcados. Hay una diferencia.
sobre La llamada