Antes de que se diera cuenta de lo que estaba pasando, le besé. Nuestros labios se encontraron y, cuando sentí cómo me devolvía el beso, supe que yo estaba en lo cierto. Se acercó y me presionó, me atrapó contra la pared. Continuó sujetándome la mano, pero me pasó la otra por detrás de la cabeza y la entrelazó con mi pelo. Aquel beso estaba repleto de intensidad; contenía ira, pasión, liberación...
Fue él quien lo cortó. Se separó de mí y retrocedió unos pasos con aspecto de haberle afectado.
—No vuelvas a hacer eso —dijo con sequedad.
—No me devuelvas el beso entonces —le repliqué.