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Stephen King

Danza Macabra

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  • Carlos Domínguezhar citeretfor 4 år siden
    La cosa que no morirá" ha sido la materia prima de este campo desde Beowulf hasta los cuentos de M. Valdemar de Poe o de Corazón Delator, hasta los trabajos de Lovecraft (tal como Cool Air), de Blatty, e incluso, Dios nos salve, de John Saul
  • Carlos Domínguezhar citeretfor 4 år siden
    y la extrema esquizofrenia, la cual en alguna ocasión ha causado los síntomas requeridos para terminar siendo canonizado por alguna que otra iglesia
  • Carlos Domínguezhar citeretfor 5 år siden
    Final y Eterna acerca de las historias de terror
  • Fabian Diazhar citeretsidste år
    Horror, terror, miedo, pánico: ésas son las emociones que nos llevan a separarnos, a salirnos de la multitud, y nos hacen sentir solos.
  • Fabian Diazhar citeretsidste år
    La invasión de los ladrones de cuerpos
  • Fabian Diazhar citeretsidste år
    creo que tenemos muy poca comprensión de aquello que pensamos hasta que hemos transmitido esos pensamientos a otros que sean, al menos, tan inteligentes como nosotros mismos
  • Yezz Hihar citeretsidste år
    (Hombres y mujeres americanos, no hace falta aclararlo) con ESPÍRITU PIONERO
  • Yezz Hihar citeretsidste år
    Somos fértiles campos para las semillas del terror, nosotros, los bebés de la guerra; hemos sido criados en una extraña y circense atmósfera de paranoia, patriotismo, y orgullo nacional. Nos han dicho que éramos la nación más grande de la Tierra y que cualquier forajido que recurra a su cortina de hierro en ese gran saloon que es la política internacional descubriría quién es el revólver más rápido del Oeste
  • Yezz Hihar citeretsidste år
    Nos sentamos en nuestros asientos, como muñecos, contemplando al gerente del cine. Se veía nervioso y cetrino —o tal vez eran sólo los focos—. Nos sentamos preguntándonos que clase de catástrofe podría haberlo motivado a detener la película justo cuando restaba alcanzando la apoteosis de cada matinée de sábado, "la parte buena"; el modo en que tembló su voz cuando habló no inspiró a nadie una sensación de que todo iba bien.

    "Quiero decirles," dijo con esa voz temblorosa, "que los Rusos han puesto en órbita un satélite espacial alrededor de la tierra. Lo han llamado... Sputnik."

    Esa muestra de información fue recibida por un silencio sepulcral, absoluto. Simplemente nos quedamos ahí, una audiencia de chicos de los 50, chicos con cortes de pelo al rape, cortes de blancos, colas de caballo, colas de pato, miriñaques, chinos, jeans con dobladillos, anillos del Capitán Medianoche, chicos que acabábamos de descubrir a Chuck Berry y Little Richard en una radio de rhythm & blues negro de New York, que a veces se sintonizaba de noche, oscilando una y otra vez, en un plano distante, una radio en donde hablaban con una poderosa jerga. Éramos chicos que crecimos con el Capitán Video y Terry y los Piratas. Éramos los chicos que habíamos visto infinidad de veces a Combat Casey sacarle los dientes a North Korean en los cómics. Éramos los chicos que vimos a Richard Carlson atrapar miles de sucios comunistas espías en I Led Three Lives.

    Éramos los chicos que juntábamos cuartos de dólar para ver a Hugh Marlowe in La Tierra contra los Platillos volantes y nos daban esa clase de sorprendente información como si fuera una noticia desagradable.

    Recuerdo esto muy claramente: cortando aquel espantoso silencio de muerte, llegó una voz aguda, no sé si era un chico o una chica, una voz que estaba cerca de las lágrimas, pero que también estaba llena de una furia espantosa: "¡Oh, vamos, pon la película, mentiroso!"

    El gerente no miró en ningún momento en dirección al lugar de donde venía esa voz, y eso fue de algún modo, lo peor de todo. De alguna manera eso lo probaba. Los rusos nos habían vencido en el espacio.
  • Yezz Hihar citeretsidste år
    Justo cuando los platillos estaban montando su ataque en la Capital de Nuestra Nación, en el rollo final de la película, simplemente todo se detuvo. La pantalla se puso negra. El cine estaba lleno de chicos, pero había sorprendentemente muy poco barullo. Y si uno recuerda las matinée de sábado en aquella disipada juventud, uno podrá acordarse que un montón de chicos en el cine, tiene numerosas manera de expresar su resentimiento por la interrupción de la proyección o por su comienzo retrasado —rítmicos aplausos; ese grandioso canto tribal de la infancia de “¡Queremos-el-show! ¡Queremos-el-show! ¡Queremos-el-show! "; cajas de caramelos que volaban contra la pantalla, conos de palomitas que se convertían en cornetas... Si algún chico tenía un petardo Black Cat en su bolsillo desde el último Cuatro de Julio, tendría su oportunidad de sacarlo de ahí, ostentar frente a sus amigos, para obtener aprobación y admiración, y luego encenderlo y arrojarlo desde el

    “gallinero”.

    Ninguna de esas cosas ocurrió en aquel día de Octubre. El film no se había cortado; simplemente había sido apagado el proyector. Entonces se encendieron las luces, algo totalmente inaudito. Nos sentamos, parpadeando en la luz como topos.

    El gerente caminó hasta la mitad del escenario y levantó los brazos solicitando silencio en la sala ––algo innecesario––. Seis años más tarde, en 1963, tuve un flash de ese momento cuando una tarde de un viernes de noviembre, el muchacho que nos llevaba a casa desde el colegio, nos contó que el Presidente había sido disparado en Dallas.
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