El rechazo del trabajo

Quienes se resisten a trabajar, con independencia de cómo elijamos definirlos, no tienen ninguna misión general, ninguna voz pública, y ninguna unidad real, más allá de su conjunto de experiencias común. Personifican una desilusión cultural con el trabajo que no ha encontrado aún expresión colectiva o aceptación política, y aún está por ver si la creciente desafección al estilo de vida basado en el trabajo y el gasto podrá traducirse en una verdadera alternativa social

Me parece increíble el esfuerzo tan continuo que hay que hacer simplemente para ganarse la vida

En último término, es innegable que el trabajo permite acceder a una serie de placeres vitales, si no siempre en el proceso de producción, sí en forma de interacción social, compensaciones económicas, sentimiento de prestigio, u oportunidad de tener una existencia pública. La pregunta que planteo, sin embargo, es: ¿por qué tiene nuestro derecho a esas cosas que depender de la sumisión al trabajo, una actividad a menudo de explotación y medioambientalmente perjudicial, por no hablar de su escasez? ¿Por qué no podemos empezar un debate político para buscar otros modos de satisfacer las necesidades de ingresos, derechos y sensación de pertenencia? A cualquiera que sugiera que no hay alternativa a la sociedad centrada en el trabajo, yo le respondería que es una sociedad profundamente triste aquella que no puede concebir un futuro en el que el sentimiento de solidaridad y de propósito sociales sólo se alcance mediante relaciones mercantilizadas

Desarrollar una nueva actitud imaginativa no significa negar las actuales necesidades y gratificaciones del trabajo, pero sí pretende crear una saludable distancia crítica entre nosotros y la sociedad centrada en el trabajo

no podrá producirse un cambio social positivo a no ser que empecemos a defender y explorar activamente las posibles alternativas

Si algo nos ha demostrado la reciente crisis económica, es que la crisis por sí sola no basta para provocar un verdadero cambio social. No importa cuánto aumenten las crisis, los cambios positivos no podrán producirse a no ser que como sociedad nos mantengamos abiertos a la idea de que puede haber, de hecho, una alternativa

Imaginar un futuro alternativo y más deseable nos ayuda a reflexionar sobre los deseos que nuestras condiciones sociales presentes han generado pero dejado sin cumplir

La referencia a una ética insiste en que hay principios distintos de la dedicación al trabajo que podrían permitir a las personas dar a su vida significado y una sensación de dirección. En este sentido, la idea de ética de lo que merece la pena podría considerarse una mejora respecto al concepto de «ociosidad», como grito de batalla contra el dogma del trabajo.

La cuestión de cómo podríamos decidir llamar a este movimiento contra el trabajo parece también muy importante. En varios puntos de este libro me he referido a las motivaciones de mis entrevistados con la idea de «ética de lo que merece la pena» propuesta por David Cannon. Adoptar una «ética de lo que merece la pena» significa cuestionar la santidad del trabajo remunerado e insistir en que hay otras actividades, que potencialmente merecen más la pena, en torno a las cuales organizar la vida. He tomado esta expresión porque parecía tener ciertas ventajas como forma de describir la resistencia al trabajo. La más obvia es la de reflejar deliberadamente el concepto al que espera sustituir –la ética del trabajo–, pero también tiene otras ventajas. Ante todo, la noción de un movimiento basado en la «ética de lo que merece la pena» evita la trampa de intentar unir a la gente sobre la base de categorías sociales existentes, como la clase o el sexo. Diversas personas pueden beneficiarse del cambio a una sociedad menos centrada en el trabajo, y el deseo de una vida más autodeterminada no pertenece a un único grupo demográfico. El deseo de trascender a una existencia centrada en el trabajo germina siempre que alguien experimenta una brecha entre sus ideales y las realidades, y siempre que alguien percibe una escisión entre el rol socialmente prescrito y la percepción de su yo. Esto es cierto con independencia de que ese alguien sea joven o mayor, hombre o mujer, con o sin familia, rico o pobre, con o sin trabajo.

En conjunto, parece que necesitamos aumentar nuestra creatividad lingüística y dirigir el debate de modo que ponga de manifiesto la naturaleza desfasada de la ética del trabajo. Necesitamos cuestionar la racionalidad económica buscando formas para hablar acerca del valor intrínseco, cultural y social de actividades no relacionadas con el trabajo remunerado. Necesitamos reinventar el término trabajo, para que describa una gama de actividades mucho más amplia que el mero empleo remunerado; y necesitamos poner de manifiesto la falsa dicotomía que afirma que si una persona no trabaja no está haciendo nada de valor.