El fin de la novela de amor

El amor, por lo demás, teme la soledad, la rehúye completamente.

Será vil, pero será libre.

supo que acabaría subyugada por el amor, y una vez perdida al amor, está convencida de que ya no será capaz de pensar: cada vez tendrá menos ideas propias y tener ideas propias es precisamente lo que más desea

Si hoy en día pusiéramos el amor romántico en el centro de una novela, ¿quién iba a creer que en su búsqueda los personajes van a alcanzar algo grande? Que el amor va a zarandearlos contra sí mismos de tal manera que todos aprenderemos algo importante sobre cómo llegamos a ser como somos, o cómo el tiempo en que vivimos ha llegado a ser como es. Nadie, me parece a mí. Hoy el amor como metáfora, a mi entender, es un acto de nostalgia, no de revelación.

una sacerdotisa en el templo del Arte.

Urbana y alienada, la protagonista bebe para anestesiar el dolor y se acuesta con cualquiera con la vana esperanza de que el siguiente hombre acabe con ese aislamiento.

Existe en Gran Bretaña una tradición de literatas «inestables» entre las que se incluyen Antonia White, Anna Kavan, Jean Rhys y Virginia Woolf, y todas ellas parecen haber estado permanentemente aturdidas por la bruteza subyacente de las relaciones entre hombres y mujeres

cerca de mi libro, lo malo es que no es bueno.

«No creo tanto en el Escritor individual sino en la Literatura», dijo en 1953, y tiempo después: «Todo lo escrito es un lago enorme. Hay grandes ríos que alimentan ese lago, como Tolstói y Dostoievski. Y luego hay regatos como Jean Rhys. Lo único importante es nutrir las aguas del lago»

Las cartas son la vida y las novelas –no cabe lugar a dudas– son la magia obrada sobre la vida.