Por eso Montaigne, que juntamente inventó el género y lo llevó a sus más altas cotas de perfección, denomina «ensayos» a cada uno de los tanteos reflexivos de la realidad huidiza que le ocupan: son experimentos literarios, autobiográficos, filosóficos y eruditos que nunca pretenden establecer suficientemente y agotar un campo de estudio, sino más bien por el contrario desbordarlo, romper sus costuras, convertirlo en estación de tránsito hacia otros que parecen remotos.