Tenemos las Máquinas

Tenemos las Máquinas
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Tenemos las Máquinas es una editorial independiente fundada en 2012 por Julieta Mortati en la pequeña imprenta de su familia en Buenos Aires, Argentina.
Todo comenzó una tarde de verano de lectura de textos inéditos, sorprendentes y conmovedores. Ahí nació una certeza: era urgente publicarlos y compartirlos porque la literatura cambia de a poco la vida. Los recursos eran escasos, pero "¡tenemos las máquinas!".
Gracias al amor y apoyo de personas talentosas, consolidamos un catálogo de autores que están escribiendo el futuro.
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    «En la soledad del duelo por su madre y de un padre que vive a la distancia —concreta y simbólica—, la narradora de Las cosas menores que pudiese toma nota de las huellas que el mundo va dejando en ella. «Ayer dormí tantas horas que soñé con mi madre. El alivio de tener una madre es inconmensurable», escribe. "¿La próxima fase de la humanidad será la de las pequeñas comunidades afectivas? Ojalá", se pregunta. Las frases son átomos que contienen destellos de experiencias, la vida es acá un encadenamiento de textos, un palimpsesto del día a día. Como un hilo que intenta enhebrar la experiencia con la lectura, recurre a sus poetas y artistas amados para leer el mundo en ellos.
    La literatura siempre se hace con la vida, dice Roland Barthes y esa parece ser la premisa que organiza este libro de Giuliana Migale Rocco, un texto en el que la vida y la literatura se unen en un tejido brillante y conmovedor. «Un poco de escritura nos separa del mundo; mucha, nos devuelve a él», también dice Barthes. Y esa escritura que nos devuelve al mundo la podemos encontrar en este libro hecho de notas, reflexiones, versos, voces y afectos; un libro inteligente y emotivo, que busca hacer del lenguaje, como dice Mario Montalbetti, “el lugar en el que las cosas pueden ser otras cosas”, que busca que la línea que empieza en el papel, pueda salir de él para empezar a hacer cosas en el mundo» (Cynthia Edul).
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    Una mujer se va a vivir junto con su marido y su pequeña hija a un pueblo anclado entre sierras y arroyos. Hace tiempo inició un camino espiritual en la práctica del yoga y el estudio de textos orientales. Medita todas las mañanas y lleva un diario en el que registra esos momentos, las técnicas de respiración, hacia dónde van sus pensamientos o su deseo, como también el día a día en el valle.

    El silencio de las montañas propicia un espacio ideal para que ella pueda ahondar en su paisaje interior, a veces placentero, por momentos vertiginoso. La posibilidad de continuar con su vida espiritual siendo madre se vuelve una inquietud constante.

    En su primer libro, Mamá India, Soledad Urquia nos había presentado su interés por la búsqueda del sentido con una mirada simple y conmovedora. En La luz y la montaña vuelve a adentrarse en las empinadas encrucijadas de la mente, y con una prosa lúcida y sutil reafirma esa búsqueda como un modo de estar en el mundo.

    Con una voz que resuena a Natalia Ginzburg y a Emmanuel Carrère, en un tono propio dubitativo y gentil, cada entrada de este diario se presenta como una revelación.

    Este nuevo libro de Soledad es una obra admirable de gran entrega sobre el aspecto más íntimo, y por eso más riesgoso y vulnerable, de los seres humanos.
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    «Después de un asado familiar, a la hora viscosa de la siesta, una chica y su novio se escapan para ir a un telo. Después del sexo se miran en el techo espejado sobre la cama y se ven como un matrimonio anciano. De a ratos, usan un desgano prehistórico, el mismo con el que pasan las fotos de un álbum en Facebook. Él le cuenta cómo su padre lo abofeteó: primero así, después así y de nuevo así, la mímica de un golpe humillante que se describe igual que la mímica del sexo, esa coreografía antigua y vital que la narradora, a pesar de su juventud, parece conocer de antes, de otra vida, de otro tiempo, y que jamás la obnubila.

    En la línea valiente y melancólica de Milena Busquets o el desprejuicio sensual de Miranda July, estos cuentos diseccionan la crudeza y el espanto del amor y la violencia de sus contradicciones: esos pasadizos oscuros como los de un tren fantasma por los que deambulan madres, padres, hijos. Personajes que para crecer se abrazan a la deriva y al desencanto.

    Como una joven sabia, insobornable y piadosa, aguda y delicada, Olivia Gallo cuenta con distancia lo que pasó ayer. Aleja el pasado, lo retuerce, lo estira, lo saborea como a un caramelo ácido, se deja conmover o irritar, pero no tanto como para llorar. Nunca para tanto» (Magalí Etchebarne).
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    «Ruth parece una chica como cualquier otra. Trabaja como periodista, vive sola, tiene una vida social activa y tomó una decisión: escribir sobre lo mal que le fue en el amor como un ejercicio redentor. Desde un presente en blanco, llena sus días con rutinas interrumpidas a cada rato por hechos insólitos, mientras recuerda su malograda historia con Félix, un chico inconstante laboral y emocionalmente, que la adulaba y destrataba por igual. Es que no consigue entender por qué se enganchó tanto hasta destruir la poca estima que le quedaba y para eso necesita revisar su pasado, ir bien atrás. Ahí está la diferencia: en su manera peculiar de hurgar.

    Ex amantes huidizos, amigas no siempre dispuestas a dar un consejo práctico, soledad y más soledad, fomentaron en ella una autoconsciencia dislocada y meticulosa. Una voz hiperventilada con arritmias leves, experta en diagnósticos equivocados que ponen su percepción de la realidad en aprietos, volviéndola inquisitiva con sus deseos, miedos y dilemas. Ahora sabe que puede ganar una guerra (la que se declaró a sí misma) con tan solo reírse de sus miserias.

    Melina Dorfman se propone representar formalmente los engranajes de la mente intrincada de la protagonista, con repeticiones y dialécticas que consolidan la lectura de un camino personal oscilante entre un derrotismo eufórico y un optimismo melancólico.

    Esta es la primera novela de una autora que se coloca en la fila de las que ponen el foco en pensar situaciones cotidianas para llevarlas a un punto hilarante de engañoso aspecto autobiográfico, como Lydia Davis y Claire-Louise Bennett. No se sabe si es de aprendizajes o de verificaciones intuitivas pero lo cierto es que nos fuerza, como lectores, a una constante puja entre el deslumbramiento y el escepticismo» (Dani Umpi).
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    «Hay cierta narrativa que sacude por su contundencia dramática, por sus juegos retóricos, por la transformación irremediable a la que son expuestos sus personajes. Hay otra que se sostiene casi plenamente en lo que un autor prodigioso es capaz de hacer con la palabra. Este tipo de narrativa ofrece al lector la posibilidad de zambullirse en texturas infinitas desde el lenguaje, preciosas como pequeños tesoros escondidos en las profundidades del mar. El sostén lógico de estas texturas son las imágenes. Angst —que pertenece gloriosamente al segundo grupo— es un libro plagado de imágenes sensibles y sofisticadas que resultan de la mirada singularísima de su autora, habilidosa en la costura de metáforas y asociaciones estéticas de una originalidad poco frecuente. Cuando la literatura nos concede el privilegio de estar frente a estos hallazgos, la experiencia de la lectura se transforma en pura emoción; nos vemos vulnerables frente a piezas extrañas y valiosas que tocamos con las yemas de los dedos solo para comprobar que son reales. Bellas y reales.
    Adriana Riva tiene el talento para convertir casi cualquier cosa en poesía. Buena poesía, esa que no empalaga ni satura ni agobia ni festeja con artificios. Esa que solo acaricia, aunque a veces la caricia sangre y deje cicatriz. Y esto, creo, es lo que distingue a este libro de cuentos de tantos otros: que sus historias van más allá de la experiencia dramática; la propuesta es elevarlos a través de la estética de una prosa fina y sedosa que permanecerá en la sensibilidad y en la memoria del lector como una luminosa obra de arte» (Margarita García Robayo).
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    Angst
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    «Estos son cuentos sobre mujeres sabias. Ciertos eventos se desencadenan, de manera exquisita y poética, hasta llegar a un pasaje que es una iluminación: el momento preciso de aprender algo importante. Una chica, por ejemplo, pasa su primera luna de miel con el novio, en las sierras. Todo parece a punto de naufragar entre los dos. Una tarde ella se encuentra descalza frente a frente con un escorpión. La chica logra que su problemático novio haga un intento por capturar al animal que amenaza sus vidas pero, para hacerlo, deben dar vuelta la casa.
    No solo presenciamos aquí el momento en que una experiencia se fija, también leemos cómo esa experiencia se transmite y se constata: «Un hombre, me dijo una vez mi mamá, es un animal pequeño que se ve inmenso».
    Con la rara madurez de los treinta años, a la manera de Clarice Lispector, Lorrie Moore o Grace Paley, estos cuentos son un espacio de indagación. La vida se mira de frente pero sin urgencia. Hay un ritmo tranquilo que hacia el final se combina con el impacto de un descubrimiento. Por eso leerlos nos provoca el intenso placer de un desborde contenido y latente.
    Sin duda, este primer libro de Magalí Etchebarne es el mejor comienzo posible para una obra. También es el libro que todos desearíamos escribir algún día" (I Acevedo).
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    «El inusual torrente de textos que componen Caja continua de voces I lejos está de ser una magnética colección de misceláneas como puede parecer en una rápida y descuidada lectura. Antes bien, se trata de un programa que intenta desmontar tanto los mecanismos de la creación como los de la crítica literaria. La geometría formada por los movimientos aéreos de un caballo de ajedrez, o un conjunto de fotografías titulado Superficies de contacto, son posibles cifras de su principio ordenador. Ensayos, diarios de viaje, reflexiones, epigramas, poesía visual, listas, notas, paradojas, compilaciones, críticas, cuentos, esbozos, traducciones, palíndromos, son los ladrillos con los que, a la manera de cierta enciclopedia china, se construye una suerte de epistemología de la restricción y de lo inusual. Un collar donde no hay dos perlas que sean iguales: la apuesta, claro, está centrada en el hilo que las une. Se tiene la impresión de que al autor, dueño de una mirada lúdica, penetrante, preocupada por la dimensión poética de las formas puras del lenguaje, no hay absolutamente nada que le sea ajeno.
    Pese a que por momentos pareciera que Georges Perec y Douglas Hofstadter se hubiesen puesto de acuerdo para escribir a cuatro manos una suerte de Vuelta al día en ochenta mundos, Pablo Martín Ruiz lleva a cabo su máxima: 'Creo que hay un método para escribir. Y creo que cada novela tiene su método y cada cuento el suyo. Y también cada línea, y cada palabra de cada línea'. El resultado es un libro absolutamente singular, estimulante, entretenidísimo, que nos hace abandonar con gratitud el lugar de nuestras ideas confortables» (Luis Sagasti).
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    «La protagonista de esta virtuosa primera novela permanece un año peregrinando por la India profunda. Pertenece a una familia acomodada y ha dejado un futuro promisorio para buscar aquello que se busca en la India: sentido. A diferencia de la mayoría de los extranjeros que esporádicamente la acompañan, todos occidentales, entregados al turismo religioso —tan consumista y bizarro como cualquier turismo—, ella cumple con todos los rituales del ascetismo y la desnudez: horas interminables de meditación por día, infinitos viajes en trenes atestados, cruces de fronteras para renovar la visa y quedarse, siempre, un poco más.

    Narrada como una crónica, casi un diario de viajes, la novela describe el contexto y al mismo tiempo la protagonista se observa actuar en el seno de esas comunidades donde «todo está bien, desde días de mutismo y ayuno hasta un brote psicótico». Tan honda es su inmersión en aquel mundo otro que, antes de partir, alguien debe recomendarle comprarse un par de ojotas para no ir descalza en el avión.

    Con la misma desnudez de su vestidura, expuesta siempre a la torridez del paisaje humano y natural, este libro es un minucioso camino iniciático; lo más apasionante es que jamás deja de ponerlo en duda. ¿Encuentra el sentido que buscaba? Con elegancia y despojamiento, esta admirable novela es una posible respuesta a esa pregunta" (Gabriela Massuh).
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