Alejandro Almazán

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    ni feos, nunca nadie ve nada en Ciudad Juárez[2]
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    Las miradas dicen: sabemos a quién pertenece tu uniforme, pero no a quién perteneces tú
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    Las bajas se cuentan por decenas, todos los días, como en cualquier guerra. Pero aquí no hay dos bandos. Hay muchos, y andan disfrazados
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    Nunca fueron ciudades exquisitas ni bendecidas por el Vaticano, pero sí razonablemente seguras. De eso dependía el negocio. Ahora, muchos de los restaurantes ya han cerrado, los prostíbulos solo atraen a clientes locales y desesperados, y la única ruleta que gira día y noche es a vida o muerte
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    . Sus mandos les dan el tiempo justo para comer algo y dormir un rato. El resto de la jornada lo emplean en recorrer la ciudad de cabo a rabo. Sus vehículos son camionetas pick-up de doble cabina. Ellos ocupan la parte de atrás, siempre de pie, con el dedo en el gatillo de sus armas y el pasamontañas hasta la nariz. Vigilando, siempre vigilando.
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    Hace de eso un año, dos meses y 7.000 muertos.
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    Ser periodista en los peores días de la guerra contra el crimen organizado puede volverse asfixiante. La incertidumbre te mata. No es una lucha cuerpo a cuerpo, no es una batalla que uno pueda enfrentar. Es hallarse a merced de desconocidos que saben de uno mismo detalles sorprendentes. Es pelear contra nada, y luego detenerte a escuchar la voz de tu conciencia. Es temblar cuando suena el teléfono, y despertar por la noche con la frente llena de sudor. Es vivir espantado hasta de tu propia sombra. Por eso escribo este informe. Porque, pase lo que pase, quiero que mis familiares sepan que no, que yo no estuve metido en nada
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    Pero, te decía: los sicarios no nacemos, nos hacemos. Yo me hice en la escuela militar. ¡En serio! Salí de ahí con el corazón hecho piedra, odiando a toda la gente. Bien raro. Como que en esas escuelas te enseñan a no querer a nadie. Y como yo nunca fui de las que se quedaban en su casa, anduve en las calles y ahí encontré a mi patrón. Le sigo diciendo así, aunque ya lo mataron. Él me bautizó a la niña y, ya luego, me hizo al chamaco. Pinche abusón.
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    Amado Carrillo, el Tony Soprano de Chihuahua
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    Hoy se sabe que el cártel de Sinaloa tampoco ha dejado fuera a las mujeres de su plan empresarial
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