Era algo más que el parpadeo de las lámparas de gas que la iluminaban después del anochecer, o que la piedra blanca, ineludible y resplandeciente, con la que se había construido gran parte de la ciudad: era el esplendor de la vida que burbujeaba en cada fuente, en cada reunión de estudiantes, en cada espectáculo de títeres en los jardines de Luxemburgo y en cada ópera del teatro del Odéon. Era la manera en que su madre chispeaba de vida, leía libros y agasajaba a profesores, políticos y actores, sirviéndoles deliciosos y espléndidos platos a la luz de las velas, en cenas con animados debates sobre libros y acontecimientos mundiales.