Enrique Díaz Álvarez

Como en Hemingway, advertimos en la crónica de Orwell cierta tendencia a exaltar la virilidad, la capacidad física, la camaradería más primitiva. También el placer de sobrevivir y contarlo

Orwell no es un pacifista. Por el contrario, considera que algunos conflictos bélicos obligan a tomar partido y no siente reparo alguno en justificar la violencia cuando se trata de reivindicar causas justas, revolucionarias

A partir de la memoria, las personas corrientes son capaces de descubrirnos cierto sentido en la desmesura de la guerra. Como que a esos chicos no los mueve la orden de un coronel que actúa como un héroe resuelto, sino la fraternidad entre los que vacilan y no tienen nada realmente claro

Cuando pienso en la guerra, a pesar de momentos tan difíciles que hubo, sin duda fue la experiencia más emocionante de mi vida [...]. Tal y como yo lo veo, alcanzamos el clímax de nuestra vida siendo aún muy jóvenes. Todo lo que ha venido después ha sido decepcionante

Cuando se trasladó a Vietnam, suponía que «para ser testigo bastaban los ojos»,1 pero no tardó mucho en reconocer su error. Y con ello, asumir el placer que le producía encontrarse y formar parte activa de la batalla

Echabas de menos el escenario, echabas de menos los soldados, la emoción, los sentimientos que habías tenido donde no había que inventar ningún drama, jamás

La apabullante asimetría que acompaña la tecnología militar ha generado una forma de guerra posheroica: sin cuerpo, sin riesgos, sin reconocimiento, sin trauma, sin épica

sino de que la doctrina del zero-death atenta contra la cultura estadounidense que durante décadas ha enaltecido y comercializado a los grandes héroes de la guerra a través de películas o series de televisión