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Colette

  • Ivana Melgozahar citeretfor 7 måneder siden
    Chéri, que no tenía sentido del humor, topó con la broma como una hormiga con un pedazo de carbón. Detuvo su paseo amenazador y no encontró otra respuesta
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    Permanecían uno junto al otro, sin hacer ningún esfuerzo por gustar ni por hablar, apacibles y en cierto modo felices. Una larga costumbre mutua los devolvía al silencio
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    Chéri había cogido el largo collar de Léa y desgranaba las grandes perlas entre los dedos. Ella pasó el brazo por debajo de la cabeza de Chéri y se lo acercó, sin segundas intenciones, confiando en lo acostumbrada que estaba a aquel niño, y lo acunó.

    —Estoy bien—suspiró el muchacho—. Eres mi hermano, estoy bien…
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    Léa negó con la cabeza, pero sólo hasta el instante en que sus bocas se tocaron; entonces se quedó totalmente inmóvil y contuvo la respiración como alguien que escucha atentamente.
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    ¿crees que en mis recuerdos unos labios bonitos son algo excepcional?—Le sonreía con superioridad, segura de sí misma, pero no era consciente de que su rostro aún mostraba rastros del beso, una suerte de palpitación casi imperceptible, un dolor atractivo, ni de que su sonrisa se parecía a la que viene después del llanto
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    Se midieron como enemigos. Ella temió mostrar un deseo que no había tenido tiempo de acariciar ni de disimular, odió al joven, que de pronto se había vuelto frío y parecía estar burlándose de ella.
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    Se acercó a él para besarlo, impelida por el rencor, el egoísmo y el deseo de darle una lección: «Ya verás… Es evidente que tienes unos labios deliciosos y esta vez los voy a disfrutar, porque me apetece, y te dejaré, qué más da, me importa un bledo, allá voy…».

    Lo besó tan apasionadamente que cuando se separaron parecían ebrios, estaban ensordecidos, jadeantes, temblando como si acabaran de forcejear… Ella se puso de pie delante de él, que no se había movido y seguía recostado en la poltrona, y lo desafió en voz baja:

    —¿Y bien?
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    Esperaba en vano, por primera vez en su vida, algo que jamás había echado en falta hasta entonces: la confianza, la candidez, las confesiones, la sinceridad, la entrega absoluta de un amante joven; los momentos a altas horas de la noche en que, dando muestra de una gratitud casi filial, un adolescente abre por completo su corazón y derrama lágrimas, confidencias y rencores en el cálido seno de una amiga madura y leal. «Lo he logrado con todos—pensaba con obstinación—; siempre he sabido lo que valían, lo que pensaban y lo que querían. Y este mocoso, este mocoso… Sería el colmo».
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    Pero ninguna confesión afloró en la mueca de sus labios, ninguna palabra salvo imprecaciones enojadas o ebrias, acompañadas de «Nounoune», el apodo que le puso de pequeño y que hoy empleaba en la culminación del placer, como una llamada de socorro.
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    No te lo puedo explicar—añadía displicente e incapaz de definir la impresión, confusa y fuerte, de que Chéri y ella no hablaban la misma lengua.
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