María Teresa Gallego Urrutia

Afortunadamente, pues, el candoroso estudiante se topó con el marqués de Montriveau, el amante de la duquesa de Langeais,

Hay cosas en blanco en esta vida, cosas en blanco que se intuyen al abrir el «expediente»: una simple ficha en una carpeta de un color azul cielo que se ha desvaído con el tiempo. Casi blanco también, ese antiguo azul cielo. Y la palabra «expediente» está escrita en el centro de la carpeta. Con tinta negra.

Una claridad imprecisa venía de la ventana y con eso me bastaba. Me senté al filo de la cama, pegado a la mesilla de noche, como si tirase de mí un imán y estuviera recuperando las costumbres de una vida anterior.

Hay cosas en blanco en una vida, pero a veces hay eso que se llama un estribillo. Durante temporadas más o menos largas no lo oímos y podría creerse que se nos ha olvidado ese estribillo. Y luego, un día, regresa de improviso cuando estamos solos y nada de lo que tenemos alrededor puede distraernos. Vuelve, como la letra de una canción infantil que sigue ejerciendo su magnetismo.

Si no le hacía preguntas me daba la sensación de que se habría quedado callada. La desaparición de Noëlle Lefebvre era seguramente para ella un tema doloroso. Durante dos años debía de acordarse de ello como yo, a intervalos cada vez más espaciados, porque la vida normal se impone, no queda más remedio

Quien quiera recordar debe ponerse en manos del olvido, de ese riesgo que es el olvido absoluto y de esa hermosa casualidad en que se convierte entonces el recuerdo.
MAURICE BLANCHOT

Hay cosas en blanco en una vida, pero a veces hay eso que se llama un estribillo. Durante temporadas más o menos largas no lo oímos y podría creerse que se nos ha olvidado ese estribillo. Y luego, un día, regresa de improviso cuando estamos solos y nada de lo que tenemos alrededor puede distraernos. Vuelve, como la letra de una canción infantil que sigue ejerciendo su magnetismo.

Hay cosas en blanco en la vida y eclipses de la memoria.

Hay tantas formas de hacer las cosas como individuos hay en la Tierra, pero debe de tranquilizarlo pensar que él sí sabe hacerlas. Bueno, el caso es que le solté la mano, ¿cuánto tiempo? ¿Un minuto? ¿Dos quizá? Cuando me incorporé ya no estaba

En vez de eso, en esta tierra de desolación que rezuma desventura, voy a aumentar su dolor, a poner en el cuadro mi toque personal. Cabe creer que no puedo evitarlo