Leandro De Sagastizábal

A veces, ciertos libros necesarios se escriben con varios años de antelación, antes de que los lectores se interesen por ellos.

Las distribuidoras de libros han sido siempre una herramienta para editoriales del exterior o editoriales universitarias locales que necesitan tener una cadena de librerías a las que vender, necesitan hacer conocer sus catálogos y sus novedades –es decir, tener acciones de prensa–, pero no tienen un volumen que les permita montar áreas comerciales y de comunicación de manera independiente. Sus libros están destinados a conjuntos de lectores más reducidos, como los estudiantes universitarios, y, además, dispersos en diferentes cátedras de todo el país, algo que solo es posible atender por medio de una distribuidora que reúna libros de muchas editoriales. Ese era el caso de Cúspide.

Ser distribuidor de libros universitarios y ocuparse de su promoción requería un conocimiento de las materias de cada facultad y de sus planes de estudio, así como de la bibliografía que se estaba utilizando, ya que el objetivo comercial principal era proveer de libros a los estudiantes.

La diferencia entre las dos Planeta eran los sellos que incluía cada una. Planeta I abarcaba ese sello y algunos otros considerados, en algún punto, afines, como Martínez Roca, Temas de Hoy y Destino. Era la de mayor potencialidad comercial. La otra Planeta, bajo la Dirección de Guillermo Schavelzon y con la Gerencia General a cargo de Alberto Díaz, se encargaba de la publicación de los libros “más literarios”, con los sellos Espasa Calpe, Ariel, Seix Barral y Deusto; en los términos que solíamos utilizar, una se ocupaba del libro masivo y la otra del selectivo.

La empresa estaba en un proceso muy dinámico. El número de novedades publicadas por mes, así como la cantidad de ejemplares que vendía, la ubicaban como una de las más exitosas del momento, compartiendo el liderazgo con Sudamericana. Planeta, además, estaba “de moda”: no solo tenía éxito con los libros que publicaba, sino que estaba creando una manera absolutamente diferente de editar, que conjugaba originalidad, intuición, mucho oficio editorial, estrategias comerciales eficaces y una clarísima importancia de las acciones de prensa para acompañar cada lanzamiento.

En ese modelo editorial caracterizado por el volumen, la potencialidad y la velocidad de ventas se hacían indispensables herramientas de planificación, una estrecha articulación de las distintas áreas, comunicaciones ajustadas, un efectivo circuito de procedimientos, y una clara definición de roles. Pienso que tal vez eso ámbitos editoriales como el de Planeta han sido formadores de editores. Luego de trabajar en estas empresas muchos de nosotros pasamos a estar a cargo de proyectos en otras editoriales y fuimos capaces de dirigirlas, porque habíamos aprendido a desempeñarnos en procesos complejos, a tomar en cuenta distintas variables y a articular la labor de profesionales con distintos perfiles. También entendimos algo central: la relación con los resultados. Estos no tienen que ser necesariamente económicos, pueden ser culturales, sociales, laborales, técnicos, pero es importante que exista una evaluación de la eficacia de lo realizado.

La creación de la carrera de Edición ha sido importante como reconocimiento de que para desempeñarse en esa actividad se necesita formación universitaria. Tal vez el vínculo entre la carrera y las editoriales no haya sido siempre fluido. Aun así, la Argentina debe ser uno de los pocos países del mundo que cuenta con una carrera de grado en edición, aunque en muchos existen cursos de posgrado o diplomaturas especializadas. El hecho de que una profesión esté formalizada en términos académicos es una señal de profesionalización de esa actividad. Algunos de sus estudiantes, una vez recibidos, me acompañaron en mis actividades y con los años se consolidarían como profesionales reconocidos.

Los premios literarios también eran parte de la estrategia de Planeta. Las editoriales del grupo organizaban premios, como el famoso Biblioteca Breve de Seix Barral, pero el más difundido era el Premio Planeta, que consistía en una suma de dinero muy significativa.

Una segunda constatación que me quedó luego de las visitas a las bibliotecas fue la importancia de estas como un primer lugar de acercamiento a la lectura.

No recuerdo que antes de mediados de los noventa las ventas al Estado fueran un elemento contemplado como decisivo para la supervivencia editorial, algo que luego de los 2000 creo que se dio con mayor intensidad. Posiblemente una de las razones es que la industria editorial argentina está orientada básicamente al mercado interno y ese mercado interno no ha crecido, sino que más bien ha decrecido

la literatura infantil y juvenil.