Lucía Lijtmaer

la infantilización de los sujetos tiene que ver con su incapacidad de emitir juicios desde la ética, ya que siempre interviene la moral

En todos los artículos sobre el nuevo puritanismo que he leído se repite una misma letanía a la hora de alertar de sus peligros: lo que molesta es la falta de institución y de noción de individuo.

En cualquier caso, neopuritano/a puede ser una feminista antiporno, quien acuse a un humorista de practicar sexo con menores o el programa para la igualdad Skolae,

Pero en casi todas las quejas por el puritanismo contemporáneo se acaba acudiendo a una figura metafórica de origen claramente puritano: la caza de brujas

Resulta curioso que el caso de Salem se enarbole no para mostrar a una sociedad ejecutora de mecanismos de castigo a las mujeres –que fue exactamente lo que supuso la caza de brujas hasta bien entrado el siglo XVIII–, sino para señalar a unas determinadas mujeres como turba enloquecida que va contra el statu quo social

la aldea se convirtió en territorio de disputa entre dos grupos opuestos: los campesinos del oeste y los comerciantes del este, más cercanos a la aldea.

Salem fascina porque es excepcional. Y Salem se utiliza hoy porque se torna, no en una acusación hacia los anticomunistas, como en la obra de Miller, sino en una fábula conservadora del orden patriarcal

Ese es el defecto verdaderamente achacable al ofendidito: solo está ahí para llamar la atención

El ofendidito también se define por oposición a lo que hay al otro lado, su némesis: el Fiero Analista, políticamente incorrecto, que no respeta las normas y el statu quo, que dice lo que piensa y está dispuesto a llevarlo hasta las últimas consecuencias, aunque le linche (más bien le ciberlinche) la turba

Dejaba, eso sí, de lado la idea complementaria de que el humor, como toda expresión artística, puede tener además intención ideológica, la entienda así el autor del chiste o no.