Olivia Ardey

  • Diana Luna Millareshar citeretsidste år
    hasta que su corazón dejara de doler, no tenía intención de escribir ni dibujar.
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    , la cocina de la casa se convirtió en su rincón confortable.
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    El único lugar donde la soledad la hacía sentirse segura.
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    La felicidad sabía a pan con mantequilla y azúcar, a mañana de día de fiesta sin ir a la escuela.
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    Tumbarse y cerrar los ojos a la espera de que las horas pasaran no servía para nada.
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    Cuando cocinaba, mantenía la mente y las manos ocupadas. Se esmeraba en la elaboración de cada plato con una concentración extrema.
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    . Eran lapsos de tiempo tan insípidos como sus ensaladas de dieta. Pero la de aquel día, lluviosa y gris, tenía un delicioso aroma a apio y a tomillo. Algo le decía que aquella suculenta diferencia era el presagio de algo bueno.
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    . Un poco de dulzura era lo que le hacía falta a ese raro solitario que tanto la entretenía con sus frases cargadas de acidez.
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    Estaba orgulloso del fruto de su afición
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    Es curioso cómo a veces es más fácil confesar los pensamientos más íntimos a las personas que no nos conocen de nada.
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