La pareja funcionaba a la perfección, porque, aunque estaban en este nivel de tontería, las dos valoraban muchísimo su independencia y se sentían tan seguras del amor de la otra que podían alejarse unos meses para trabajar, sabiendo que volverían a verse sin que nada hubiera cambiado. Su relación era sólida y tranquila y como matrimonio bostoniano de mujeres trabajadoras tenían un lugar respetable en la sociedad. Así vivieron, en perfecta armonía, durante casi treinta años.